El concierto del miércoles

El concierto del miércoles

No valieron las torturadoras travesuras de una pugnaz artritis que me ha enemistado malamente con las escaleras -y vivo en un tercer piso-. No podía faltar al pasado concierto de la Sinfónica Nacional dentro de la Temporada 2016, en su 75 aniversario. Su director titular, el talentoso José Antonio Molina, se crece de función en función, dirigiendo mayormente de memoria como testimonio de arduo trabajo analítico y altas exigencias personales, además de eficientizar sus movimientos, manteniéndolos dentro del área que requiere la orquesta para compactar ideas y sensaciones.
La noche se inició con el doble concierto da Brahms para violín, chelo y orquesta, interpretado por dos excelentes solistas que lograron una unidad admirable, a pesar de que el chelista originalmente contratado debió ser sustituido a causa de situaciones imprevistas.
Después del intermedio, vino la sinfonía No. 1 en do menor, Op. 68, también de Brahms, obra que en su tiempo resultó una sorpresa, por las singularidades de su manejo. No se trataba, como expresó el eminente Hans von Bülow, de una obra que podría considerarse la décima sinfonía de Beethoven. Tal es la calidad de la composición… pero de Beethoven… nada… salvo genialidad. Una nueva genialidad.
Brahms tiene un idioma. Porque es un idioma: tiene una razón profunda y honesta. La solitaria nota de un oboe, un clarinete, un corno francés, un pizzicato de contrabajo, el agua sumergida que brota de los graves y se disuelve… todo tiene una razón, un sentimiento, una esperanza o un temor. Para interpretar a Brahms hay que envolverse en él. Introducirse en él hasta donde sea posible… descubrir sus esperanzas y sus intimidades y darlas a entender al oyente, llevándolas de la mano con el alma.
Siendo muy joven trabajé la tercera sonata de Brahms para violín y piano con el eminente Enrique Casal-Chapí, compositor y primer director de la Sinfónica Nacional. Grande fue mi sorpresa al notar las enormes diferencias que el pianista lograba destacando alguna nota del acompañamiento… o debilitándola.
Difícil tarea. Destacar un sonido entre un mar ebullente, un sonido que constituye la esencia de la idea, esto es tarea de análisis no solo armónico ni técnico, sino de entrega de lo más hondo de las sensibilidades. Nos regocijamos de que José Antonio Molina -no quiero llamarlo Maestro porque ya en estos días significa muy poco- Molina, repito, demuestra una severidad y dedicación honesta que nos enorgullece y nos hace anhelar que su ejemplo de empeño en busca de perfecciones sea copiado, no solo en las artes, sino en la generalidad de los manejos nacionales.
¡Enhorabuena!

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