El Conde de añoranzas

El Conde de añoranzas

POR JOSÉ MIGUEL VERAS
Desde pequeño, la sola mención de la calle El Conde evocaba un mundo de aventuras, de solaz, de salidas domingueras vestiditos con las mejoras galas de ese entonces y quizás una escapada un poco mas allá hacia el entorno colonial del cual la calle parecería el eje por excelencia.

Para muchos de los habitantes de la capital, la calle El Conde de los años 60, 70 y 80 era el eje central de las actividades comerciales de una élite que entonces ocupaba los barrios de Gascue, Ciudad Nueva, Ciudad Colonial y zonas aledañas.

Los principales comercios estaban situados en su extensión. Como arteria era un enjambre de carros de conchos cargados de pasajeros, pregoneros y buhoneros adornando con sus mercancías y con la cadencia de sus procesos de mercadeo y vociferaciones, la atmósfera plena de tapones; tantos que en la mayoría de las ocasiones era preferible desmontarse de los vehículos y caminar a pie hasta el destino deseado.

Ahora, El Conde es una vía peatonal en toda su extensión. Ya no es lo que era antes… definitivamente no, pero al recorrerlo aún se siente en el aire el sabor de las tertulias intelectuales e intelectualoides, de discusiones sobre los elementos espirituales preferidos por generaciones de artistas, escritores, bailarines… todavía se respira el aire romántico de sabe Dios cuantos amores incubados en su trayecto, desde Las Damas hasta el Parque Independencia.  Se respira el olor bohemio de noches de juerga y de paseos continuos que recorrían de un extremo a otro la extensión de esta vía enclavada en el alma de más de una generación de dominicanos para los cuales aún es difícil creer que ya El Conde es parte de la historia y que su actualidad apenas le permite respirar y mantenerse vivo en una urbe que exponencialmente se expande con sus tentáculos rellenos de centros comerciales y lugares de diversión  plagados de las últimas tecnologías que aparecen en el mundo.

Pero El Conde sobrevive… ahí están sus adoquines y sus receptáculos para basura que a veces desbordan; sus agentes de una nueva fuerza policial (la policía turística –POLITUR-) con sus agentes entrenados para servir tanto a visitantes como a los nativos…, están las grandes cadenas distribuidoras de helados, comida rápida, las concesionarias de empresas extranjeras y aún constante, está quizás en este miniuniverso, la diversidad en una pequeña extensión lineal.

Los niños tienen sus arcadas repletas de juegos; los amantes de la música, sus tiendas donde comprar los éxitos del hoy y del ayer… y entre sus extremos: sus cafés, Paco’s, sin puertas, y el Café El Conde, donde todavía los dominicanos hacen sus tertulias sin horarios ni agendas, simplemente por el arte de conversar y compartir.

Su arquitectura es muy diferente para el que camina mirando vitrinas que para el observador, que busca los rasgos de un tiempo pasado lleno de nostalgia. Los balcones que aún quedan sin remodelar, nos hablan de un suntuoso pasado donde todavía parece oírse una serenata cargada de añoranzas y deseos.

Los cambios imperan: las entidades se trasladan (el Banco de los Trabajadores no se encuentra ahí, pero sí la edificación todavía nos relata un pasado lleno de orgullo y magnificencia); las placitas se introducen maximizando espacios mínimos con más de una oferta comercial; los buhoneros ofertan al turista tanto las muñecas sin caras, símbolo excelente de las artesanías dominicanas, enlazándolas con manifestaciones artísticas foráneas que aunque caribeñas, nada tienen que ver con la dominicanidad y también las instituciones culturales se expanden en su extensión parlando de cultura a doquier.

…Y tanto en historia como en literatura, todavía sigue la calle El Conde ocupando un lugar primordial en el quehacer cotidiano de los dominicanos.

La calle El Conde como vía se inserta perennemente en la vida cultural de la ciudad de Santo Domingo. A continuación reproducimos un poema escrito por uno de los principales poetas de la nación dominicana, donde se intercala la cualidad comercial, tanto como la realidad social de República Dominicana.

POEMA DEL LLANTO TRIGUEÑO
(Fragmento)

Don Pedro Mir

I

Al señor Magdalena.
Es la calle del Conde asomada a las vidrieras,
aquí las camisas blancas,
allá las camisas negras,
¡y dondequiera un sudor emocionante en mi tierra!
¡Qué hermosa camisa blanca!

Pero detrás:
la tragedia.
El monorrítmico son de los pedales sonámbulos,
el secreteo fatídico y tenaz de las tijeras.

Es la calle el Conde asomada a las vidrieras,
aquí las piyamas blancas,
allá las piyamas negras,
¡y dondequiera exprimida como una fruta mi tierra!

¡Qué cara piyama blanca!

Pero señor, no es la tela,
es la historia del dolor escrita en ella con sangre,
es todo un día sin sol por cortar veinte docenas,
es una madre muriendo el presente del hambre,
es una madre soñando el porvenir de la escuela.

Es la calle el Conde asomada a las vidrieras,
aquí los ensueños blancos,
allá las verdades negras,
¡y dondequiera ordeñada como una vaca mi tierra!

Rompo el ritmo, me llora el verso, me ruge la prosa.

¿Es que no hay nadie que sepa la historia
de las camiseras?

…Y III

Es la calle del Conde asomada a la tragedia,
aquí los ensueños blancos,
allá las verdades negras,
¡y dondequiera un sudor rojo de sangre en mi tierra!

El Conde 
A través de la historia
 

Esta calle tuvo, con el paso de los tiempos, nombres diversos, como serían la calle de Clavijo, Real,  y Separación.

Siendo una de las calles más tempranas de la ciudad, sus inicios podrían ubicarse en el primer tercio del siglo XVI, comenzando a extenderse hacia el oeste hasta toparse con la vieja puerta de la ciudad que dio origen a su nombre actual.

La calle El Conde tuvo, con el paso de los tiempos, nombres diversos, como serían la calle de Clavijo, Real, y Separación, este último nombre en homenaje a la guerra de independencia librada contra la República de Haití.

El nombre de calle El Conde, dado a la arteria en honor al defensor de la ciudad Conde de Peñalba, Bernardino de Meneses Bracamonte y Zapata, durante la invasión de Penn y Vennables de 1655, figura ya en documentos ubicables entre 1655 y 1700, según Luis E. Alemar. El primer nombre conocido, calle de Clavijo, se debió a la presencia en dicha calle de José Clavijo, quien en los finales del siglo XVI tenía allí un colegio de niños.

Un nombre posiblemente anterior, era el de calle Real, lo que revelaba la importancia como calle principal de la misma. Se atribuye al Conde de Peñalba el Baluarte conocido con su apelativo, el cual se llamaría de San Genaro, en un principio.

En opinión de Emilio Tejera, sin embargo, el Baluarte del Conde fue llamado de tal modo mucho tiempo después de fundado.

En época de la ocupación francesa, la calle del Conde fue llamada como Rue Imperial, nombre que no quedó entre los dominicanos pero que consignan algunos documentos. Separación fue el nombre posterior a la guerra de independencia nacional. El 23 de agosto de 1929 le fue puesto el nombre de calle 27 de Febrero y el 22 de octubre fue rotulada con este nombre. Pero en el mes de agosto del año 1934, durante el gobierno de Rafael L. Trujillo, el Ayuntamiento del Distrito, que era entonces una Común, decidió restituirle el nombre de calle El Conde o del Conde, aduciendo los méritos alcanzados por el Conde de Peñalba al enfrentar la invasión inglesa de 1655.

La Calle El Conde, ejemplo de riqueza arquitectónica e histórica a través del tiempo es para Santo Domingo puerta de entrada a la historia nacional digna de ser apreciada y admirada por turistas nacionales y extranjeros que visitan la ciudad.

Actualmente la Calle El Conde es la única vía peatonal de Santo Domingo, además es el centro comercial de la Zona Colonial. Esta calle ha pasado por cambios radicales fruto de la modernidad del siglo XXI; y a pesar del crecimiento comercial y la modernidad arquitectónica, no ha impedido que  siga siendo una puerta de entrada a la Zona Colonial y al Centro Histórico de Santo Domingo para ser admirada por cientos de turistas nacionales y extranjeros.

mijosemi12@hotmail.com

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