El Conde de Montecristo y los Tres Mosqueteros junto a Dumas en el Panteón Nacional de Francia

El Conde de Montecristo y los Tres Mosqueteros junto a Dumas en el Panteón Nacional de Francia

Con la entrada de Alexandre Dumas al Panteón Nacional las querellas de sus contemporáneos han quedado atrás y Francia, al reconocer su talento de escritor, le honra también como uno de sus grandes hombres.

La entrada de Alexandre Dumas (1802-1870) al Panteón de Francia es más un reconocimiento a su obra literaria que al hombre. Efectivamente, el Presidente de la República, el único que tiene la facultad de elegir los hombres y mujeres cuyos restos reposan en el cementerio de la Nación, escogió el sábado 30 de noviembre de 2002, precisamente durante el 200 aniversario del nacimiento de Dumas, el escritor francés más leído en el mundo, para que ocupara junto a Victor Hugo, Voltaire, Rousseau, Malraux y otras 68 personalidades un lugar en el Panteón nacional.
A pesar de que se conocen las posiciones políticas de Dumas contra el racismo (del que fue objeto por su condición de mulato) y el antisemitismo, contra la pena de muerte y la condición de la mujer o su apoyo a Garibaldi en Italia, ninguna de estas posiciones y participación políticas influyeron en la decisión del presidente Jacques Chirac para ascenderlo a la categoría de inquilino del Panteón Nacional. Dumas llega allí respaldado únicamente por su obra y en particular por El conde de Montecristo y Los tres mosqueteros. Obras que, en su época, fueron más objeto de envidia que de reconocimiento, que sus contemporáneos de la Academia francesa no reconocieron y nunca le permitieron formar parte de la prestigiosa institución.
Exhuberante, el ilustre escritor se ufanaba de haber escrito más de 1200 obras, cuando en realidad sólo había dejado cerca de 400 que se repartían en diferentes géneros: teatro, novelas, ensayos, memorias y crónicas de viajes, sin contar la enorme cantidad de artículos en periódicos y revistas. Una especie de máquina de escribir humana avant la lettre.
Una bibliografía que sólo era posible gracias a la utilización de colaboradores de talento. Había organizado, en su tiempo, lo que podría llamarse una fábrica de novelas que le permitía crear personajes e historias de éxito y, al mismo tiempo, llevar una vida principesca con altas y bajas.
Una fábrica de novelas que le facilitaba la concepción de obras que, a pesar de una documentación sólida, no pueden ser tomadas como históricas, pues el talento de Dumas se encargaba de darle paso a la ficción en detrimento de la historia. El mejor ejemplo es el de Los tres mosqueteros, en la que tenemos una visión nefasta del Cardenal de Richelieu (ironía de la historia, fundador de la Academia francesa), porque no estaba en la línea de los personajes que convenían al desarrollo del relato y que el autor había sido secretario del duque de Orleans, futuro rey Louis Philippe, (Cfr. La reina Margot).
Dumas nunca negó que tuviera colaboradores. Muchos de sus contemporáneos no admitían su éxito. Pero era nieto de una negra haitiana, con rasgos negroides; en una palabra, mulato. Habría que imaginarse lo que significaba en la Francia de esos años un mulato con éxito como autor dramático y literario. Un mulato que además hacía alarde de sus triunfos, que se había comprado un castillo en las afueras de París y que lo había bautizado con el nombre de Montecristo, como la isla donde su personaje había encontrado el tesoro que le permitió llevar a cabo su terrible venganza.
Con la entrada de Alexandre Dumas al Panteón Nacional las querellas de sus contemporáneos han quedado atrás y Francia, al reconocer su talento de escritor, le honra también como uno de sus grandes hombres; a D’Artegnan y Dantès, por la misma ocasión, como grandes personajes de la Nación agradecida.

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