Un día muy tempranito, abrió los ojos un conejito por primera vez, ese día conoció a su mamá y a sus cuatro hermanitos. Él tenía muchas ganas de saltar como los otros conejos más grandes pero no podía y le preguntó a su mamá cuál era la razón; ella le dijo: Hijo tienes que esperar crecer un poquito.
A cada rato volvía a preguntarle: mami: ¿Ya puedo saltar? ¿Ya puedo saltar? ¿Ya puedo saltar? La mamá le dijo: Primero tienes que aprender a caminar o no podrás saltar.
Y dijo el conejito: Entonces practicaré para caminar y saltar.
El conejito practicó y practicó, se agarraba con las patitas de alante e intentaba pararse con las de atrás, pero se volvía a caer; nunca se sentía triste; seguía intentándolo, sus hermanitos también practicaban, así que él estaba siempre acompañado de su familia.
Era feliz, se agarraba e intentaba pararse hasta que los días fueron pasando.
Un día lo logró, el conejito aprendió a caminar, intentaba saltar un poquito y un poquito, seguía hasta que lo logró; se puso tan feliz que dio brincos y brincos y gritó: Ya puedo saltar, ya puedo saltar.
La mamá lo escuchó y los hermanos también; todos reían escuchándolo decir: ya puedo saltar, ya puedo saltar.
Se pusieron tan contentos que fueron donde el papá conejo y comenzaron a saltar todos juntos y fueron felices para siempre.