El conflicto sudamericano

El conflicto sudamericano

JOTTIN CURY HIJO
Una de las mayores desilusiones que experimentó Simón Bolívar en sus últimos años, fue observar cómo las luchas intestinas de los territorios que liberó fragmentaban la unidad hispanoamericana. El Libertador, poseedor de una cultivada inteligencia, visualizó claramente lo que en definitiva ocurrió después de su muerte: la división de aquellos territorios por los cuáles combatió.

En efecto, las tres repúblicas de aquel entonces se convirtieron en seis, si incluimos la separación de Panamá, que Colombia perdió a principios del pasado siglo, justamente después que, al fracasar la compañía europea que encabezó Fernando Lesseps, los norteamericanos se hicieron cargo del proyecto y realizaron una de las más portentosas obras de ingeniería concebidas y llevadas a cabo por el hombre. Pero la organización en Estados Independientes no era lo que preocupaba a Bolívar, sino la desunión entre los pueblos que  terminaría debilitando la fortaleza individual y colectiva de Hispanoamérica.

La historia ha sido incapaz de desmentir los presagios que tanta pesadumbre le generaron en sus días finales: la corrupción, la anarquía institucional, las disputas fronterizas, la ausencia de unidad, las oscilaciones entre períodos de dictaduras militares y democracias corrompidas; en fin, la imposibilidad de autogobernarnos eficientemente ha sido una constante en los pueblos de habla hispana. Y todas estas debilidades ha propiciado la manipulación de fuerzas extranjeras contra nuestros propios intereses.

El conflicto diplomático que se ha suscitado entre Colombia y Venezuela, como consecuencia de la captura de Rodrigo Granda,  nos demuestra una vez más los riesgos a que nos expone esa inmadurez política. Independientemente de que el apresamiento del dirigente de la FARC se materializará en suelo colombiano o venezolano, lo cierto es que la solución debe buscarse por los canales correspondientes, al margen de los intereses políticos, reales o ficticios, de los norteamericanos.

Si bien es verdad que la actitud esquiva asumida por el gobierno de Alvaro Uribe le da ciertos visos de veracidad a las afirmaciones de Chávez, no menos cierto es que la eventual suspensión de las relaciones bilaterales serviría de justificación para que se adopten medidas contrarias al interés panamericanista que el mandatario venezolano viene proclamando.

Asimismo, asumiendo que los Estados Unidos hayan apoyado la medida, sobre todo después de las declaraciones de Condolezza Rice, lo prudente es hacerle caso omiso a cualquier clase de provocación. Si hay un gobernante que los norteamericanos están obligados a respetar, en razón de que ha sido legitimado hasta la saciedad conforme a las reglas del modelo exportado por ellos, es precisamente Hugo Chávez.

Pero no basta con tener razón en un mundo tan complejo como el que vivimos. Hace falta tacto para manejar determinadas crisis. Si lo que busca el gobierno venezolano es denunciar a la comunidad internacional el irrespeto a su soberanía, su actitud es correcta. Ahora bien, si pretende llevar hasta las últimas consecuencias sus diferencias con el gobierno colombiano, entonces estaría incurriendo en una ligereza política nada conveniente.

La guerra contra el terrorismo de la que habló el Presidente Bush en su nueva juramentación, su compromiso con el fortalecimiento de la democracia, tiene forzosamente que ceñirse al respeto de la ley y de los acuerdos internacionales. Combatir el terrorismo con medidas análogas contribuye a fomentar el caos y la inseguridad. En ese sentido, se impone una política exterior norteamericana más permeable, a fin de imprimirle coherencia a sus actuaciones.

Resultan un tanto alentadoras las recientes declaraciones del gobierno de EEUU para desvincularse de este enojoso diferendo y mediar en el conflicto. Pero al margen de las estrategias diplomáticas, ambos gobiernos deben evitar que las diferencias se sigan agudizando, y para eso basta con apelar a la sensatez y al pensamiento de George Washington y Simón Bolívar, desgraciadamente olvidados.

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