El Congreso norteamericano: rehén de una derecha dogmática 

El Congreso norteamericano: rehén de una derecha dogmática 

Desde nuestra llegada a los Estados Unidos a los 17 años en el 1958 como estudiante becado de la universidad de Purdue, hemos seguido, muy de cerca la forma como opera la relación del Congreso y el Ejecutivo de esa gran nación.

Profesamos profunda admiración a los fundadores de esa nación, quienes instituyeron un sistema de división de poderes que obligaba a una decisión pactada, actitud que había funcionado por más de dos siglos.

Nunca nos imaginamos que veríamos una situación de inmovilismo como la que ha provocado, en el presente año, la extrema derecha –Tea Party-,  evidenciada en la negociación de la deuda pública (la cual era aumentada anteriormente casi automáticamente) de la que depende la solidez y el prestigio del dólar: moneda reserva del mundo. Lo sorprendente no es que muchos estaban dispuestos a que se produjera un “default” (inhabilidad de pagar la deuda gubernamental), sino que, una parte de ellos, quería que ocurriera el “default” sin importarle la consecuencia catastrófica que esto representaría como instrumento extremo para imponer su posición. Este sector está decidido a no conciliar en ningún aspecto que sea contrario a su visión extrema de la sociedad y de la economía norteamericana, la que consiste  en  reducir, únicamente,  el  déficit  y   la  deuda a   través  de  una disminución draconiana del gasto social sin ser acompañada de un reajuste impositivo que aumente  la  presión  tributaria que  se encuentra  apenas  en 15% del Producto Bruto Real y es actualmente 5% inferior al promedio del periodo 1993-2000. ¿Por qué? Por varias causas fundamentales:

– La decisión del Presidente Bush hijo de rebajar drásticamente los impuestos a los muy ricos, y

– Hacer dos guerras simultáneas sin crear impuestos compensatorios.

– Los efectos de la gran crisis financiera del 2008. 

Esta paralización está ocurriendo en un momento de gran incertidumbre en la economía internacional (que nos llega a nosotros) como consecuencia de:

– La gran crisis de la deuda de la Zona Euro, que está entrando en una posible y peligrosa fase de contagio.

– El mínimo crecimiento que ha experimentado la economía norteamericana al salir de la gran recesión del 2008 y 2009,  lo que podría llevarla de nuevo a una recesión o “doble recaída” como la denominan los economistas. Esta situación, hasta ahora, ha propiciado las siguientes consecuencias:

1. El presidente Obama, para evitar el “default”, pactó con los republicanos (actualmente controlados por el “Tea Party”) en los términos planteados por  ellos, erosionando  seriamente su figura política y su poder para negociar en el futuro.

2. Ha aumentado, seriamente, la preocupante incertidumbre en la economía mundial que se refleja en un extraordinario aumento en el valor del oro (en un año ha subido de 1,200 a 1,700 dólares la onza) y la tasa de interés de los bonos del tesoro norteamericano a 2 años, que el 8 de agosto estaban apenas a 0.249 de un 1%. Este proceso es calificado por los economistas anglosajones con el nombre de “masiva huida hacia la calidad” y esto solo ocurre en período de grave incertidumbre y asomo de pánico económico. Por eso, los mercados del mundo y el precio de los bienes básicos (ejemplo, el petróleo) se han desplomado en los últimos días.     

3. La firma Standard y Poor, en una acción sin precedentes históricos (las calificaciones de riesgo empezaron hace 94 años), bajó la calificación de los Estados Unidos con graves consecuencias para la economía norteamericana y la mundial. Sustentó su decisión, más que en razones económicas, la cuales son muy manejables si hay voluntad, en la paralización que hay en el Congreso  fruto  del dogmatismo y del obstruccionismo irracional.

Es posible, dado el extraordinario impacto de la reducción de riesgo de Standard and Poor, que la presión del pueblo norteamericano logre una moderación en esta aptitud destructiva, la cual está atentando contra la estabilidad  de la economía mundial.  

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