El consumo como esclavitud

El consumo como esclavitud

GRAYNMER MÉNDEZ
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El planteamiento filosófico de la duda metódica enarbolada por René Descartes, afirmaba de que no es posible admitir como verdades cosa alguna que no se sepa con evidencia que lo es, esto como condición primigénica para que la razón pueda avanzar segura. Por tanto, la característica fundamental de cualquier conocimiento, que aspire a ser verdadero, será evidente. Y esa evidencia, según Descartes, debe tener como cualidades la claridad y la distinción; es decir, una idea será evidente – y por tanto confiable- si es clara y distinta.

Para dar concreción a su planteamiento filosófico, Descartes comenzó por poner en duda todo lo planteado por otros hasta ese momento y solo como absolutamente verdadero la existencia del yo pensante, y con ello la afirmación “pienso luego existo”, la cual se convirtió, en opinión de algunos autores, en punto de partida de la filosofía moderna.

Guardando las distancias (que son muchas), extrapolemos a la época actual la genialidad de uno que como Descartes, para dar respuestas a la problemática de entonces, y a la vez dar sentido a su propia existencia como sujeto material, buscó en el pensamiento -que no es concreto- con concreción de su ser, de su existencia.

En la actualidad existe una problemática que asalta de dudas a toda su generación que también requiere respuestas sobre las complejidades de su existencialidad, que al igual que en otras épocas a otras tantos en su momento le preocuparon. Es por ello que podemos ver en Descartes el pensar como categoría esencial de la existencialidad y como respuesta posterior de su filosofar. Lo que representó su preocupación primera, anteponiendo lo abstracto a lo concreto, es decir el pensamiento como fase primigenia a la concreción corporal de existir.

En oposición a lo anterior, la trascendencia de hoy reside en lo concreto de saber que, primero tengo luego existo, sin importar lo que soy como sujeto, como persona, es decir, que lo que tengo es lo único que me proporciona existencialidad, me da el derecho de ser, de pertenecer a una tribu de semejantes. Esto por supuesto, es resultado de la sociedad que hemos construido, en la que los bienes materiales son colocados como centro de toda existencia.

Bajo este panorama se genera angustia individual en las aspiraciones particulares de ser una persona de éxito, según la escala de la valoración social. De igual manera se desatan angustias colectivas por segmentación social. Por un lado, la necesidad de preservar el privilegio de pertenecer a la clase dominante, y por otra, está el caso de aquellos segmentos, como la clase media, que desafían toda regla por escalar al grupo social inmediatamente superior, aún sea solo en apariencia.

No hay dudas de que para esta sociedad en la que nos ha tocado vivir, la riqueza de transitar por la vida con valores como la honestidad, el patriotismo, la solidaridad y cualquier otro postulado que exprese la elevación del ser, no tienen ningún significado si en su consecución no trae consigo aparejado la tarjeta de crédito, el auto, la yipeta, la finca, el yate o todo aquello que la sociedad ha establecido como lo que da sentido de clase, es decir de ser.

Primero tener luego existir, es para los individuos una preocupación que a menor escala social mayores desvelos causa, debido fundamentalmente a la negación de existencia que la sociedad le asigna a quien no posee bienes materiales que le acompañen como equipaje de aceptación colectiva.

Sin duda alguna, que en aquellas sociedades en las que se expresan mayores desigualdades sociales en igual magnitud el tema se vuelve más complejo, pues se generan guetos de exclusión de riqueza material, y de todo lo que se asemeje a equidad.

Para el vienés Ivan Illich autor de La Convivencialidad, el tema del consumismo, revela una preocupación cuando hace más de treinta años expresó: “una sociedad que define el bien como la satisfacción máxima, por el mayor consumo de bienes y servicios industriales, del mayor número de gente, mutila en forma intolerable la autonomía de la persona”.

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