El consumo como esclavitud

 El consumo como esclavitud

 GRAYNMER MÉNDEZ
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Si observamos el fenómeno del aumento de la delincuencia rateril en nuestro país, se podría argumentar que se equipara con el crecimiento que ha experimentado el tamaño de la población, o que no es un problema de facturación nacional exclusivamente, ya que lo propio ocurre y con mayor incidencia en otros países similares al nuestro. Sin embargo, la saña ejercida contra los agredidos, es desproporcionada con relación al objetivo básico de esta modalidad delincuencial, que se supone que no es más que apropiarse del dinero u objeto de valor que posee el que es asaltado.

Pero es tal la brutalidad y la agresividad que se viene observando en estos actos, que se revela un resentimiento, un resabio, una protesta, se evidencia un desencuadre entre el motivo (el robo) y el desenlace (la muerte). Lo que ha causado la alarma social.

El tema es tener, y si algo se tiene entonces se debe tener más. Es una verdad que queda expresada para algunos dominicanos y dominicanas que intentan realizar viajes ilegales para lo cual involucran venta e hipoteca de bienes, se comprometen con préstamos onerosos, renuncian a su sentido de pertenencia familiar, lo arriesgan todo, incluso la vida, en ese empeño irrefrenable de consumo y de proveerse de más y más bienes para sí y para los suyos.

Pero la agresividad por la apariencia de tener no es exclusiva de los más desposeídos, también alcanza, y quizás con mayor ferocidad competitiva a la clase media, cuando por mantener el consumo de bienes y servicios, generan en sus hijos un desenfoque de identidad, imprimen el sello de su valor como persona, entre otras cosas, en la marca del automóvil que poseen y en cuanto a su valor monetario, y no en su funcionalidad como medio de transporte.

El costo del colegio para la educación de sus hijos no es importante por la curricula académica, ni por la mística, ni por la visión sobre el desarrollo humano que al respecto tenga el centro académico. Su importancia es por cuanto cuesta la tarifa cada mes. Y no podemos pasar por inadvertido el hecho de cómo se manifiestan las ínfulas de unos padres orgullosos, cuando de decir se trata, que por todo el año escolar se hubo de hacer un altísimo pago en efectivo o con tarjeta, pero que bien vale la pena, cuando en realidad en muchos de los casos lo que subyace es el ego del poder de respuesta económica. Lo que les permite ser vistos por los demás como legítimos integrantes de la tribu.

Como consecuencia, los hijos de éstos desarrollan la competencia del tener por encima del ser.

¿Con nuestros planteamientos, enarbolamos la bandera del desinterés por lo material? De ninguna manera. Es esta condición de búsqueda incesante de transformar su entorno lo que le ha dado a la raza humana la supremacía y el dominio sobre toda forma de vida, y ha permitido la posibilidad del avance de la ciencia que tanto -incluyéndonos a nosotros mismos- nos enorgullecemos del ingenio y de las posibilidades insospechadas hacia donde seremos capaces de llegar.

Con lo que no estamos, ni estaremos de acuerdo, es que renunciemos a la vitalidad de vivir en conexión directa con nuestra condición básica, que es la de ser seres libres en todas sus manifestaciones. Y no solo expresar el desprecio que sentimos por el sometimiento de la raza humana o diferentes formas de esclavitud, como ha sido la imposición de un sistema político sobre una colectividad, la de un imperio avasallador de periféricos estados sometidos, o la del monopolio de las ideas que ejercen las clases dominantes.

Lo que sí parece es que estamos frente a una nueva forma de esclavitud, la del consumo. Y contra esto se debe luchar, no porque el consumo sea malo por definición, sino orientado en el sentido de que si es cierto que en cada época el ingenio humano proporciona las herramientas a través de las cuales se definen nuevas civilizaciones y con éstas nuevos estilos de convivencia y nuevos estilos de vida, de igual manera debe prevalecer una distinción que nos asegure la permanencia como seres libres, fundamentalmente en el pensamiento que es donde reside la grandeza de los seres humanos.

Debemos proponer una sociedad dominicana más incluyente, en la que exista una familia más integrada, un sujeto más consciente de su realidad, de su verdadera realidad, y no grupos sociales maniatados de conciencia, sino que éstos sean libres en el saber.

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