Darío Meléndez
Es notable la diferencia entre pueblos que son dirigidos conforme a la democracia representativa y los que no lo son. Países en los cuales la política es un profesión lucrativa, porque la democracia representativa así lo impone, no salen de una algazara, una pugna continua e interminable, es como una maldición que cae sobre la población que cree en promesas políticas, para caer en la frustración y el desengaño. Así se debaten Bolivia, Perú, Ecuador, Nicaragua, Haití y cada una de las naciones hermanas, que con nosotros comparten el sistema imperante en Estados Unidos. Las elecciones, en estos países, son mundialmente destacadas y celebradas al influjo de la propaganda internacional dirigida desde las naciones desarrolladas, las cuales pretenden dar más relevancia a unas elecciones en Haití que a una ley de pena de muerte en cualquier país; eso tiene su sentido, unas elecciones entretienen y tranquilizan estos pueblos, que no alcanzan a comprender por qué se debaten en la insolvencia y la pobreza.
Observando la diferencia que existe entre naciones europeas como Luxemburgo y Portugal, o entre naciones caribeñas como Trinidad Tobago y República Dominicana o Haití y Barbados, siendo similares las razas, se impone pensar que algo anda mal encaminado, los sistemas políticos, tan disímiles en cada caso, son la causa de las inquietudes que sumergen estos países en interminables diatribas. El sistema político fundamentado en la democracia representativa, el estatismo o la religión prevalecientes no permiten la paz social.
En nuestro país se invierten ingentes recursos para mantener un sistema político-democrático a todas luces costoso, entretenedor y dañino, enemigo de la paz social, que todo lo trastorna y cambia al compás de la música que interpretan unos taumaturgos, surgiendo engarzados en la demagogia, los que todo lo saben y están autorizados a disponer del destino de la Nación como dueños en su hacienda personal.
Nunca se está conforme con el sistema, ni se puede estar, toda vez que con cada resultado electoral se deshace lo que existe para imponer un nuevo estilo, un nuevo sistema que habrá de disponer las cosas de otra manera. Así la población no sabe a qué atenerse y está pendiente de las próximas elecciones para ver qué se va a hacer, cómo se va a enrumbar el país, porque nadie tiene una idea de lo que conviene, excepto los adalides de nuevas causas que pretenden revolucionar todo para comenzar de nuevo. ¿Podrá avanzar así el país hacia un desarrollo sostenido, como han logrado pequeñas naciones entre las que cuentan Taiwán, Singapur, Liechtenstein o Hong Kong?
Naciones latinoamericanas con grandes recursos naturales como Venezuela, no salen de una diatriba, de un forcejeo político por dirigir el gobierno a la manera que disponen los conquistadores el erario, no a la forma como correspondería a un país dirigido hacia la paz y el progreso, como han logrado las pequeñas naciones que mencionamos.
¿Qué es lo que ocurre?
Ocurre que los pueblos ignorantes se dejan engañar con promesas que constituyen la fuente en que se nutre la democracia representativa, el voto vendido. Voto vendido por una promesa de participación en el botín estatal en caso de ganar unas elecciones. Sin esa transacción a la flor la democracia representativa no subsiste, su mantenimiento constituye el peor perjuicio que puede hacerse a la moral de un pueblo que vende sus derechos de ciudadanía por un plato de lentejas.
No se avanza; no se avanza, porque el progreso que no se fundamenta en el trabajo productivo y dignificador es ficticio, el bienestar que se espera obtener del tesoro estatal, para lucrarse en él sin otro esfuerzo que vender el voto, es una ilusión.
Confucio afirmaba: «Si un país es gobernado conforme a los principios que rigen la moral y la razón, la indigencia y la miseria son motivo de vergüenza; si, por el contrario, es gobernado contra los principios de la moral y la razón, el honor y la riqueza son motivo de vergüenza».
Mientras la República Dominicana permanezca ideológicamente dirigida por Estados Unidos, donde impera la democracia representativa -porque así lo requiere una nación tan extensa y abigarrada- en nuestro país, la moral y el decoro estarán a merced de la política que compra votos y prostituye la conducta popular; el trabajo no será virtud ciudadana, la pobreza será orgullo civil, la riqueza será escarnio para los que luchan por construir sus vidas en la fortuna producto del trabajo.
Si se dispone reformar la Constitución Nacional, las personas sensatas, que aún han podido conservar algún decoro, deben empeñarse en que el sistema se transforme, de democracia representativa a democracia participativa, no es posible establecer una nación estable sobre bases espurias, la ley fundamental del país ha de ser límpida y escueta, símbolo de dignidad y decoro, no herramienta de políticos ladinos. Es fundamental que se emulen constituciones existentes en países estables, pequeñas naciones donde impere la paz fundamentada en el respeto al fruto del trabajo y desprecio por la desidia y la indigencia.