El contundente milagro de las lanzas

El contundente milagro de las lanzas

Integradas por forbantes, facinerosos y aventureros de todas layas y pelambreras, que de la pequeña isla de la Tortuga había pasado a la isla grande, las hordas francesas que a la razón se encontraban bajo el mando de un tal monsieur de Cussy, en 1689 cruzaron las aguas del limítrofe río Rebouc y atrevidamente tomaron la ruta de Jaibón, Mao y La Herradura, avanzando hasta la ciudad de Santiago de los Caballeros, la cual encontraron desierta. Pero en las casas abandonadas encontraron carnes y vinos en abundancia, dedicándose entonces los forajidos, a comer y  a beber sin control, hasta atragantarse.

Por el hartazgo muchos pagaron grandes consecuencias, muriendo víctimas de su glotonería.

Monsieur de Cussy pensó que se trataba de un planificado envenenamiento por parte de los españoles, y ordenó de inmediato el pillaje y el fuego como desquite, en perjuicio de la abandonada ciudad del Yaque.

En el año de 1690 gobernaba la parte española de la isla de Santo Domingo el almirante don Ignacio Pérez Caro, y por orden del rey de España se iniciaron sigilosamente los preparativos bélicos para castigar los actos vandálicos del ya mencionado año de 1689.

Desde México llegó a Santo Domingo un contingente de tropas de línea, enviadas dichas tropas por el virrey don Gaspar de Sánchez Silva y Mendoza.

A ese contingente fueron agregados mosqueteros, batallones de las milicias del país, armados unos con fusiles y otros con lanzas, incorporándose los más aguerridos escuadrones de caballería, parte de los soldados de servicios en los presidios de las diferentes regiones del país.

El ataque iba a ser por tierra y por mar, y se llevaría a cabo en enero del año de 1691. El mando supremo le fue confiado al mariscal de campo don Francisco Sandoval y Castilla. La consigna de atacar fue el Guarico con todas las fuerzas disponibles. Y para tal fin desembarcaron unos hombres decididos en Bayajá, y otros se aprestaron a cruzar la frontera por la ruta nombrada “Yaquesí”.

Enterado monsieur de Cussy de esos movimientos armados y animado por su ayudante monsieur de Franquenay, vio el jefe galo compartido el honor. O mejor dicho “comprometido” el honor de la bandera francesa. Y reunió a la carrera todas sus tropas y marchó hacia el Este, dispuesto a sacrificar su vida antes que le fueran arrebatadas las posesiones que él gobernaba a nombre del rey de Francia.

El 21 de enero de 1691 se encontraron franceses y españoles en la Sabana Real o de “La Limonada”. Ese día se libró una batalla memorable. En verdad fue ése un célebre enfrentamiento de mucho peso en la historia dominicana.

Después de dos horas de rudo batallar, ese 21 de enero de 1691 el triunfo estaba indeciso, pero definitivamente se decidió a favor de los españoles gracias al formidable golpe estratégico que había preparado el capitán Antonio Miniel, de las milicias de Santiago de los Caballeros. Este hombre era un veterano de las luchas contra los maladados y forzosos vecinos del turbio Occidente.

Él confiaba en su carta del triunfo para la última hora. Y consistía en trescientos lanceros que tenía agazapados entre los tupidos pajonales de la Sabana.

El capitán don Antonio Miniel, al ver que los fusiles españoles no lograban la victoria contra los contendores franceses, se levantó de su escondite y con su sombrero les hizo señales a sus nombres, que se incorporaron como un iracundo “tsunami” de acero, que sembró la muerte y el espanto. En la furiosa acción cayeron sin vida más de quinientos franceses, entre los que se encontraban monsieur de Cussy, monsieur de Franquenay, el caballero de Bouterval y los capitanes del rey: Mareland, Coqueré, Remousin y Renoval. Para cobrarles las afrentas del inolvidable año de 1689, los españoles, a marcha forzada, entraron en el Guarico y solamente perdonaron a los niños y a las mujeres. Nos cuenta la historia que el soldado de las milicias de Higüey, Cleto de Villavicencio, fue quien le cercenó la cabeza a monsieur de Cussy. Se dice que el machete utilizado en esa operación, los higüeyanos se lo ofrendaron a su Santa Patrona. El Día de La Altagracia se celebraba entonces el 15 agosto; pero a partir del 21 de enero de 1692, primer aniversario de la batalla de la Sabana Real  o de “La Limonada”, se comenzó a conmemorar el 21 de enero de cada año.

Y como una de esas jugadas misteriosas del destino, el 21 de enero de 1692, primer aniversario del triunfo de la citada batalla, murió el que fue el jefe triunfador de las fuerzas vencedoras, el maestre de campo don Francisco Sandoval y Castilla, quien encontró cristiana sepultura en el Convento de San Francisco. Resulta interesante recordar que en la puerta principal de ese convento, por expresa voluntad de él, estuvieron hasta finales de 1963 los restos del férreo don Alonso de Ojeda, “El Caballero de la Virgen”. En el 1963, después del golpe de Estado contra Don Juan Bosch, se robaron esos huesos. ¿Quiénes se los robaron? Pues, bastante elemental… los roba-huesos, que a veces se convierten en vende-huesos. Sí don Bernardo Pichardo estuviera vivo, él dijera dónde están. Y si usted quiere sospechar, donde fueron a parar. Lea la “Historia Patria” de Don Bernardo. ¡Y San se acabó!.

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