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El poder siempre ha carecido de enmienda. Se rinden los hombres a su sola solicitud, porque siempre se argumentará la necesidad de las conveniencias. Por eso existen los matrimonios políticos, se hacen pese a todo lo que signifique pérdida de dignidad, porque lo importante es tocar parte del poder. Eso es lo que importa, independientemente de los guiños ante el mañana inmediato, aunque implique la renuncia a los principios, a la moral o la honestidad, porque nunca acaban de descubrir la importancia de la lealtad. Es que las fuerzas no necesitan excitación cuando pierden el respeto, la historia nos señala el camino, los políticos ceden fácilmente ante el enfoque comercial, todo tiene su precio, todo se vende, todo se compra, sobretodo en nombre de los grandes valores propios, intransferibles, irrenunciables. El poder es el único fin, es el pastel mas codiciado, es la guinda que proporciona la pomposa legitimidad de ellos. Y por desgracia esto no es peor, porque debemos recordar que casi todos los mecanismos de defensa contra esa costumbre fallan y los hábiles políticos cuando alcanzan el Poder Ejecutivo en un Estado como el nuestro se las ingenian y componen las cosas para zafarse del control del Congreso, en algunos casos y también del judicial. Basta con recordar cómo en Francia, la ley de punto final arrasó con los escándalos políticos-administrativos y aquí los gobernantes se convierten en ciudadanos por encima de la ley. Es que con resignación nos vemos en la obligación de aceptar, que la democracia, fabrique injustamente dos clases de ciudadanos, los que estamos rigurosamente sometidos a los dictados de las leyes y los otros beneficiados por la trampa. Por eso todos por ignorancia o por omisión, aceptamos sin protestas el coqueteo de los políticos como parte del juego de la democracia, pero es justo señalar que eso es inmoral.