El coraje de tener razón

El coraje de tener razón

ENMANUEL RAMOS MESSINA
Perdón, pero hoy los voy a aburrir. Escribir mal aburre, sobre todo cuando el tema es la filosofía. La palabra filosofía aterroriza. Es el Bin Laden de las palabras.

¿Te acuerdas de la cara que ponías cuando llegaba el profesor de esa materia, Fulano Mengánez? ¿Sí? Aquel mulato de corbata grasosa, con un bigotito inútil mariposeándole en la boca, que malditamente no faltaba nunca a clase, puntual de bostezo a bostezo; que nos hablaba de un tal Platón, Descartes, Sócrates, Sartree, Kierkegaarde, etc.; y de la cosa “en sí” de Kant, o de las “mónadas” unos anti-átomos de Leibnitz con puertas y ventanas. Sí, aquel profesor que con un diente menos repetía: “ser o no ser”, “pienso luego existo”, “sólo sé  que no sé nada”, “lo sé todo y algo más”, “la razón de la sin razón”, “Dios es eterno”, “Dios ha muerto”, “Yo soy yo y mi circunstancia”; frases, afirmaciones, negaciones, contradicciones. Nadie tiene razón, todos tienen razón… y el bigotito seguía mariposeando por el aula, y todos esperábamos el vuelo independiente del bigotito.

Pero antes de los futuros bostezos del tema, les vamos a hablar de “Manengo”, como llamábamos al licenciado Manuel A. Patín Maceo. Manengo el maestro (que Dios lo tenga en gloria), era adorado por cuatro generaciones de discípulos. El era el dueño indisputado de nuestros corazones y de la ciudad colonial donde de seguro como paloma vuela su alma; porque las ciudades coloniales son colmenas palomas de fantasmas, que en las noches de luna cuchichean los chismes de aquellos amores de oscuros rincones; virtudes rotas y matrimonios a la carrera; infidelidades de alcurnia y muchos pecados capitales lavados con agua benditas; fantasmas que acuden todavía a las llamadas de la campana mayor de la Catedral cuando muere un rico, y de la menor de Santa Bárbara cuando muere un pobre.

Manengo era poeta, declamaba a la antigua poemas suyos y otros prestados; conocía todos los entresijos y vericuetos del castellano y del descalabrado idioma criollo. Era un almacén gracioso de chistes y anécdotas que le salían por todos los poros y bolsillos de su intelecto; era filósofo y antifilósofo como se verá de inmediato, y lo adoraban. Recordarlo es casi llorar…

Manengo decía que cuando él quería enloquecer y eliminar a un intelectual necio, le regalada un libro de filosofía con frases en latín y griego, y a los pocos días al desafortunado se le fermentaba el cerebelo, se le caía el pelo, hablaba solo, tiraba piedras y hasta gritaba “abajo el gobierno” delante de Trujillo… el regalo envenenado no fallaba… ¿Y por qué Manengo detestaba la filosofía? Pues porque sus vaguedades y sus afirmaciones eran poco verificables, y por sus confusas definiciones y palabrería. Y así proclamaba “el fin y la muerte de la filosofía”.

Pero Manengo no andaba solo, porque pocos años después Ludwig Willgenstein en Cambridge, Inglaterra, proclamaba ante el gran Bertrand Russel “el fin de la filosofía”.

Según Willgenstein, el gran inconveniente de esta disciplina es que cada filósofo escoge su propio vocabulario alejado del vocabulario común; viste sus ideas de siempre con nombres nuevos, a veces en latín o en griego; crea su mundo mental propio alejado de la lengua popular desdeñando las de los demás, y claro, la confusión es inevitable, porque la filosofía brega con vaguedades y abstracciones no verificables, escritas en épocas distintas, en idiomas distintos y en planos distintos. Así pues, no hay filosofía, sino filosofías.

Así ocurre con conceptos básicos como por ejemplo la “ética”, que desde Grecia hasta hoy ha venido dando brincos, y sin embargo hoy día se la interpreta en por lo menos cuarenta significados ininteligibles, distintos.

Para complicar las cosas, la filosofía anda generalmente con la metafísica y la religión, cosas más vagas y confusas. Por eso no hay dudas de que muchos filósofos andan sentados en el banquillo de los acusados, culpables y víctimas de muchos patíbulos, muchas hogueras, muchas inquisiciones y muchos holocaustos. El intelecto no podía volar bajo las fanáticas miradas del inquisidor.

Patín Maceo tuvo el valor de tener razón.

¿Pero acaso algún día se logrará la muerte del virus filosófico? ¿Dejará algún día el ser humano el deporte de discutir, discrepar, contradecir y apoyar sus argumentos con confusiones y con cañones? ¿Seguirá la filosofía siendo la excusa para continuar halándose los pelos, seguir guerreado o invadiendo países en guerras de verdad o de fiero football? ¿Será ella además la excusa para nuevos “ajustes de cuentas intelectuales”? ¿No será otra vez tiempo de volver a amontonar y quemar libros de caballería o como en la era de la Inquisición, del Islam y de Hitler”.

¿Ves, querido lector, que cumplí completamente mi promesa de aburrirte? Estás en libertad de bostezar otra vez…porque al criticar a los filósofos? ¿no estoy acaso yo mismo filosofando?

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