Si definimos la inflación como el aumento generalizado y sostenido de los precios de bienes y servicios en el mercado durante un período determinado, podemos afirmar que, efectivamente, estamos experimentando un marcado incremento inflacionario. Los productos de alto consumo en el país han registrado aumentos sostenidos durante el transcurso del año.
Uno de los indicadores de la inflación es la disminución en la capacidad de compra de los consumidores. Precisamente, productos como el plátano, el azúcar, tubérculos, la factura eléctrica, el agua, medicamentos, alquileres de viviendas, colegiaturas en instituciones privadas y los insumos educativos, por los cuales muchas familias han tenido que endeudarse este año, se han convertido en motivos constantes de queja, especialmente entre los sectores de clase media.
He dedicado casi la mitad de mi vida a monitorizar los precios de los alimentos, práctica que inicié desde que me casé en 1977. De este seguimiento he concluido que los precios que aumentan rara vez disminuyen. El año pasado, por ejemplo, hice una observación sobre los plátanos.
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Históricamente, desde finales de año hasta mayo, el plátano siempre ha tenido un precio elevado. Este año abrigaba la esperanza de que se repitiera el ciclo habitual: que desde mayo los precios se regularizaran y permanecieran estables hasta noviembre, salvo que algún huracán afectara los cultivos. Sin embargo, no ha sido el caso. Los precios de este demandado alimento han sobrepasado todas las escalas conocidas, y su calidad ha decaído. Surge la pregunta: ¿Hubo escasez de siembra? ¿Dónde están los plátanos de Barahona?
En casi cincuenta años, jamás había observado que la yuca alcanzara un precio de 53 pesos por libra. La yuca mocana prácticamente ha desaparecido del mercado. Según algunos consumidores, gran parte de las tierras destinadas al cultivo de yuca ahora se usa para construcciones habitacionales. Nos hace falta la yuca mocana.
La yautía es otro tubérculo que ha sorprendido con su alza de precio, aumentando cada semana. A finales de agosto, su precio fluctuaba entre 85 y 90 pesos, pero al comenzar septiembre se disparó a 100 y hasta 125 pesos la libra. Recordemos que, en tiempos anteriores, era considerado caro cuando alcanzaba los 25 pesos.
No hablemos del ñame, un alimento antes menospreciado, ahora prácticamente inaccesible, al igual que el mapuey y la batata, que, aunque solía ser la más económica de estas raíces, ha alcanzado precios de hasta 40 y hasta 50 pesos en algunos supermercados.
El botellón de agua, que antes de la pandemia costaba entre 40 y 45 pesos, ahora se encuentra entre 90 y 100 pesos, variando su precio según la zona de residencia. Los propietarios de colmados en zonas residenciales argumentan que los alquileres y servicios les resultan más costosos, por lo que deben ajustar los precios al alza.
El azúcar, desde inicio de año, ha experimentado incrementos y su precio oscila entre 40 y 45 pesos la libra. Aunque no detallaré el precio de otros alimentos por razones de espacio, es pertinente mencionar que el pollo no ha bajado de 90 pesos la libra y las otras carnes tienen precios inalcanzables.
La tarifa eléctrica casi duplicada. Si bien el calor es una razón, no es la única.
Respecto al agua, considero que la CAASD debería ofrecer este vital líquido a precios justos para paliar, en alguna medida, las constantes alzas.