En Austin, Texas, tuve la ocasión de ser el anfitrión de Eliot Freidson, premio Sorokin de sociología, por su brillante libro “The Profession of Medicine”. Le pregunté a Freidson si no sentía temor a posibles represalias por su documentada denuncia de la indecorosa práctica de la medicina en los Estados Unidos, y me respondió que esa organización era tan poderosa que ni siquiera se molestarían en hacerle caso.
Recientemente, el coterráneo (francomacorisano) destacado especialista, doctor Nelson Castillo, ha tenido bastante éxito con dos libros sobre las componendas internacionales en torno a las famosas vacunas contra el covid-19.
La sociología de la medicina, una de las áreas más avanzadas de la sociología norteamericana, identifica los roles del médico, el enfermo y sus familiares. Las formas de realizar esos roles o papeles varían significativamente de acuerdo a cada sociedad, cultura y circunstancias.
El médico, la clínica u hospital prescriben con precisión la conducta que debe asumir el paciente, como interno o externo. Sin embargo, el rol del paciente suele ser asumido según las condiciones y características psico-sociales.
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Providencialmente, las madres son las menos propensas a autodeclararse enfermas, o sea, asumir “el papel de enferma”.
Mamá va a cuidarnos a todos a pesar de que el médico recomendó que se cuide ella.
Los pobres, por su parte, suelen tener diferentes conductas respecto a declararse enfermos, y tienden a tomar como normales patologías que los clasemedias van de inmediato al facultativo.
Resulta interesante la relación entre pobreza y auto-medicación, la medicina folklórica, el curanderismo, la magia y la religiosidad, y las formas de comportarse, de “representar sus roles”, y satisfacer las expectativas sociales, frente a diversas situaciones de salud.
No obstante las evidentes mejorías del acceso de los pobres a los Servicios de Salud, estos suelen ser más propensos a acudir a la medicina folklórica y al consejo de la vecina.
Particularmente, los clase medias, quienes se sienten socialmente más compelidos a procurar los mejores tratamientos, con frecuencia tienen que comprometer los ahorros familiares, y hasta a enviarlos a centros prestigiosos en Estados Unidos.
En situaciones similares, en casos de gravedad, pobres y campesinos siempre supieron procurarse un curandero y formas religiosas de asumir el rol familiar (responsable); por no tener dinero para medicina, o por entender haber agotado las obligaciones definidas por su sociedad o religión.
Con los altos costos de la medicina más actualizada, los clase medias altas y afines padecen una propensión a gastar importantes bienes de familia, y hasta arriesgarse a la quiebra familiar. Y no es infrecuente que se gasten una fortuna en un anciano de 85, para hacerlo durar hasta los 86.
Debería existir un seguro anti quiebra especial para esos casos. O una dispensación especial, social y religiosa que, sin llegar a la eutanasia, permita que los mayores mueran en paz sin haber dejado en ruina sus familiares.
Pero si los costos médicos continúan en constantes e insoportables alzas, pronto veremos resurgir legiones de curanderos, “witch doctors” (WD), y hasta “Brujos Públicamente Autorizados” (BPA).