A falta de la tan esperada Ley de Ordenamiento Territorial, en las ciudades surgen arrabales de la noche a la mañana y en sus zonas periféricas, aun de demostrada fertilidad, la agricultura pierde a todo dar los espacios que le corresponden.
Se horada y se coloca hormigón donde solo deberían crecer las plantas y los frutos y quedan desaprovechados, dentro y fuera de asentamientos humanos, los suelos yermos en los que deberían tener presencia las edificaciones habitacionales, fabriles y comerciales propias de un crecimiento equilibrado.
Como no se planifica el desarrollo citadino ni se ponen límites a las iniciativas desenfrenadas de entes e individuos dispuestos a hacer lo que les venga en ganas, las calzadas por las que deberían discurrir con holgura y seguridad los peatones, de repente vienen a instalarse armatostes de buhoneros, de negocios de comidas sin higiene, puestos de reparar neumáticos y talleres de otros géneros.
Constituyen una vergüenza para Santo Domingo las ocupaciones ilegales que hoy tienen sitiado al estadio Quisqueya Juan Marichal, un parque llenado de gloria por hazañas de beisbolistas y por la inextinguible devoción de los aficionados al deporte favorito e histórico de la nación dominicana.
El anárquico avance de las varillas y el cemento aplasta la función productiva del campo y la toma para fines particulares de franjas urbanas destruye el ornato y profana con usurpación lo que solo pertenece a la comunidad.
La usurpación de porciones de ciudades acabará con las ciudades
Echada al basurero la clasificación de suelos para un uso razonable
A los visitantes extranjeros no les pasa desapercibido el caos urbano