Papá bajaba hacia el río Soco, su amigo Ramón Fernández subía de regreso. Julio ¿vas para el río? Y papá: no, voy para el río. Años después papá reía y contaba la anécdota.
Me preocupa que nuestra política ande como la audición de Ramón Fernández y Julio Gautreaux, es como si cada cual escuchara lo que le interesa, haciendo abstracción de la verdad.
Nos han convertido en una sociedad donde como que a todo el mundo le resbalan las inconductas, los quehaceres ilegales, las constantes incursiones de aves de rapiña que irrumpen en la escena nacional y actúan con una permisividad propia de quienes saben que, por amiguismo, por solidaridad política, por complicidad, la impunidad se impondrá y eso es lo más grave.
A Hipólito Mejía le robaron las elecciones del 2012. Uso de fuerza militar y policial, empleo de fondos del erario para la compra de dirigentes opuestos al plan de gobierno, canonjías de toda índole y préstamos del Banco de Reservas, formaron parte de la ofensiva de Leonel y Danilo para burlar la voluntad popular, después entre bomberos no se pisan las mangueras.
Ocho largos años de desgobierno en los cuales no se resolvió ninguna necesidad nacional. Las deficiencias en el suministro de energía eléctrica, agua potable, en la producción de alimentos en busca del autoabastecimiento alimentario, en los graves problemas de la educación que va más allá de las cuatro reglas: sumar, restar, dividir, multiplicar, no fueron superadas.
Tampoco se superó el desorden en la administración de los fondos públicos, siguieron las sobrevaluaciones en los contratos de obras, el nepotismo, la creación de abultadas nóminas de gente que cobraba, mensualmente, cientos de millones de pesos, sentada en sus casas, personas que cobraban miles de dólares, designados en países que ni siquiera visitaron nunca.
Desde siempre los cambios han sido lentos. La naturaleza tiene una velocidad que muchas veces no se asimila, no se entiende. El río cambió su curso con el paso de décadas; lo hizo de manera tal que ni siquiera quienes tomaban de esas aguas para venderlas se daban cuenta. Así, con la velocidad, de la naturaleza, disminuida por la mala fe y por la corrupción, vamos caminando, vamos tirando.
Esta es la hora de la desesperación. Esta es la hora de quienes queremos correr y halar la carreta de modo que se resuelvan los problemas con la velocidad necesaria ante el hambre de justicia.
Pero no solo robaron, no solo envenenaron el aire para que un viento pútrido nos acorrale, sino que también nos ataron con leyes e inventos que amparan sus fechorías.
El Cambio tiene que amarrarse el colín y romper los nudos que le impiden caminar tan rápido como sea preciso. Lo demás, es dar municiones al enemigo.