De entrada les advierto, no soy supersticiosa, así que no me hablen de maldiciones. Lo que está pasando en la Cámara de Cuentas nada tiene que ver con conjuros.
Tampoco es un tema de suerte. Que el órgano constitucional de control externo de los recursos públicos, de los procesos administrativos y del patrimonio del Estado no funcione, en un país donde la corrupción y la impunidad han sido la regla, no tiene nada de fortuito.
Mucho menos reduzcan el problema a su actual composición. Antes de éste, otros plenos fracasaron. Juicio político, expediente acusatorio y, por supuesto, pobres resultados e impunidad a borbotones.
El poder político se las ha arreglado para sin importar quién, la Cámara de Cuentas no funcione y así garantizarse impunidad. Sí, yo también creía que ahora sería distinto. No se sientan ustedes culpables por tener esperanzas.
Puede leer: ¡Cuidado, un día llegará el lobo!
¿Cómo no confiar si, para la integración de esta Cámara de Cuentas se nos dijo que todo sería diferente? ¿Cómo no esperar otros resultados si vimos un pleno nuevo, formado por profesionales, con capacidades técnicas y una atípica proporción de género: tres mujeres y dos hombres?
Pero, nada hicimos mal al desear una Cámara de Cuentas a la altura de las circunstancias. ¡Y qué circunstancias! República Dominicana hacía historia al venir de una coyuntura electoral donde temas que anteriormente no eran de interés mayoritario, como sucedía con la corrupción y la impunidad, decidieron las elecciones.
Con un Ministerio Público independiente, con un técnico que no pertenece a ningún partido en la Dirección General de Contrataciones Públicas, con una mujer honesta y honorable en la Dirección de Ética Gubernamental, la mesa solo requería una pata más: una Cámara de Cuentas que rindiera cuentas, no cuentos.
Esto no ha podido lograrse y reivindicando a Descartes, más que rasgarnos las vestiduras precisamos aquí, y en modo urgente, identificar correctamente el problema.
El problema es de fondo, es de política e intereses. Se trata de la lucha entre la persecución de la corrupción y el mantenimiento de la impunidad.
Algunos representantes de la partidocracia dominicana no quieren que se les audite. Los políticos mañosos no quieren someterse a la ley.
Quieren mantener infuncional este órgano de control, porque al saberse hacedores de lo mal hecho, buscan evitar “afilar cuchillos para sus propias gargantas”.
Lo más grave es que mientras el conflicto persiste, el tiempo pasa y pesa. Hay un entaponamiento en la ruta contra la corrupción y la impunidad. La Cámara de Cuentas está inactiva.
Observemos bien quién apoya qué y a quién en el conflicto Cámara de Cuentas y en las próximas elecciones demostremos una vez más en las urnas que la lucha contra la corrupción importa y que la ciudadanía está muy grandecita para este y otros cuentos.