El culto a Bibiana de la Rosa en Mana,
San Cristóbal

El culto a Bibiana de la Rosa en Mana, <BR>San Cristóbal

POR ÁNGELA PEÑA
Mana, el lugar de San Cristóbal donde Bibiana de la Rosa ejerció su ministerio y levantó templo, es, además de retiro para la espiritualidad y el recogimiento, representación de una impresionante historia de tradiciones familiares, es museo iconográfico que conserva imágenes seculares, galería de piezas primitivas que recuerdan curaciones y supuestos milagros, evocación de la memoria de la dama considerada mesiánica, presencia de su espíritu, mausoleo a donde acuden devotos feligreses a venerar sus restos sepultados bajo el altar mayor de la singular ermita.

Aparte de dos templos, un imponente calvario, las grutas, el campanario, la terraza, corren cercanos a los cimientos dos manantiales conocidos como El Pozo de la Virgen, «donde ella sanaba a los enfermos dándoles a tomar de esa agua».

Carmen de la Rosa, biznieta de Bibiana, es guía turística y espiritual, depositaria de las antiguas propiedades de la señora, guardiana de los santuarios, anfitriona de los peregrinos y curas que acuden a oficiar misa, relatora de los pronósticos cumplidos de Bibiana y madre del sacerdote Manuel Ruiz de la Rosa, tataranieto de la excepcional mujer, responsable de una parroquia en Santo Domingo.

«Esta iglesia se está haciendo gracias a la Divina Providencia, a personas tocadas por el Espíritu Santo y a los esfuerzos de mi hijo», expresa Carmen mostrando la edificación que se levanta. Dice que su padre, Porfirio de la Rosa, continuó allí la obra de su abuela. «Era el que tenía la facultad de santiguar y sanar, pero ella sigue haciendo milagros, he recibido feligreses en silla de ruedas y se han parado, y vienen a dar las gracias», significa.

Por eso la vieja ermita de tablas azules de palma, o arcones, que es como reliquia, tiene colmados de ex votos sus tres altares a los que llevan moldeados en cera, también, representaciones de las partes del cuerpo supuestamente curadas.

La virgen de las Mercedes es la patrona, y allí está presidiendo el altar mayor. Debe contar siglos de existencia pues fue «la primera que llegó a su mano», al igual que «La Pura y Limpia Concepción». «Son de bronce», vestidas con nítidos trajes blancos que lava y plancha doña Carmen. Una curiosa lámina es la de La Altagracia, que fue también de Bibiana y que conserva los colores originales. Apenas se parece a las demás imágenes de esa advocación de María. Al pie tiene un manuscrito: «V. Degracia». Santa Ana, San Judas, San Miguel, el corazón de Jesús, la Virgen del Rosario, no como objetos de veneración, sino como huellas del viejo santuario, están allí igualmente esculpidas o pintadas.

El macuto donde la mujer guardaba su campanita, sus rosarios, medallas y estampillas, el cuero de vaca donde acostaba a sus pacientes, un trozo de listado, símbolo del traje que usaba invariablemente, serán parte de este remanso de sagrados recuerdos que preservan cerca de diez parientes residentes en el entorno: Carmen, Bartolina, Marcelino, Silvestre, Estebanía de la Rosa Herrera y Josefa y Ney Cabrera de la Rosa. El descendiente más directo es Amancio, nieto.

«Compadre Toribio, sígame»

Bibiana abandonó La Cueva de La Mancha, donde estuvo en principio, luego de haber recibido el pedido del Señor de que le erigiera un templo. «Compadre Toribio, sígame los pasos», dijo a su acompañante, Toribio Cabrera» y «descubrió esa cueva que era una montería», cuenta la activa biznieta. Pero ese no era el lugar más asequible para el culto al Creador y «cada día anunciaba que iba a hacer su iglesia en medio de una cruz de camino y entre el medio de río». Así llegó a Mana.

Carmen explica que allí converge «el camino que viene de Baní, sale a La preventiva, otro camino a El Fuerte, otro a El Horno, los tres conducen a Baní, Yaguate y San Cristóbal y están entre dos cañadas».

El Pocito de la Virgen es un plácido lugar por el que corren aguas cristalinas y brotan manantiales bordeados de mango, javilla, palo amargo y otros frondosos árboles de sombra. El líquido «viene natural desde un manantial que está arriba», narra la señora mientras los lugareños mojan sus caras y cabezas y se persignan o reciben de ella el deseado chorro con la esperanza de un milagro, «como lo hacía Bibiana, a través del poder que Dios le dio y en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».

Después, en la terraza, creyentes, turistas, intérpretes de palos, feligreses, curiosos, disfrutan del banquete preparado por Soraya Marte, colaboradora y bienhechora del templo, en compañía de José Oviedo y Altagracia Báez Álvarez (Yolanda), síndico y vice síndico de Yaguate, y Reynaldo Guerrero Nova, historiador local. Los brindis de café y refrescos se suceden mientras los mayores cuentan predicciones de Bibiana «que se han cumplido. Los hombres van a volar por los aires, a rodar como ruedas de javilla, vendrán tiempos muy difíciles, sólo Dios podrá ayudar», vaticinaba, y predijo «que vería el pueblo de Valdesia hundido en un lago de agua».

Otros meditan, rezan el santo rosario, hacen genuflexiones frente al calvario, tocan y cantan palos. «Ella pidió a papá que mantuviera la iglesia en pie», dice doña Carmen anunciando que añadirán a los instrumentos un acordeón «para ir levantando los ánimos». Hay días que llegan a Mana más de doscientas personas, afirma, aunque las misas se celebran los sábados terceros de cada mes.

Bibiana, según sus parientes, falleció el veintiocho de agosto de 1925. El obispo de la diócesis autorizó que se cumpliera el deseo exteriorizado por ella, en vida, de que se enterrara su cuerpo en ese templo. «No está muerta, sigue viva», exclama doña Carmen frente a la tumba, ahora cubierta de cemento. Añade que «murió a la una de la madrugada y a esa hora cayó un agua grande y se movió la tierra».

 

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