El culto al boato

El culto al boato

En una alocada carrera sin límites ni obstáculos, la vanidad se ha ido imponiendo en la sociedad, hasta colocarse como imprescindible ornamento de vida.

La costosa indumentaria, el lujoso vehículo o el exclusivo penthouse cambiaron las formas de pensar y de actuar.

Personalidad es solo aquella que puede exhibir una vida ostentosa, y no la que debe merecer respeto en base a sus activos morales.

Las naves de la decencia colapsaron, y hundidas en la profunda mar abrieron espacios para que zarparan los cruceros de la impudicia.

El culto al boato se abre espacio sin dificultad apelando a las más degradantes formas.

Solo la codicia y la deshonra pueden servir de abono a tan reprochables conductas humanas.

Ahora lo que se estila es reservar la yipeta “dominguera” para mostrar en público abundancia y movilidad social, no importa cuán cuestionados estén esos bienes.

En días recientes, un honorable magistrado hablaba de la práctica de “sexo alternativo”. ¿Hasta ahí hemos llegado?

Los reportes de escandalosos actos de corrupción han llenado importantes espacios en los medios escritos. Pocos han asumido las investigaciones con la responsabilidad debida y aplicado sanciones.

Me encuentro, sin embargo, entre los que confían en las muchas reservas morales que hemos tenido – y aún tenemos –  a lo largo de toda nuestra historia.

Las indignidades no podrán imponer sus voluntades todo el tiempo sobre una nación que exhibe inconmensurables episodios de grandeza.    

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