El cumpleaños que no disfrutó mi padre

El cumpleaños que no disfrutó mi padre

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Hoy, mi padre hubiese cumplido 98 años, pero Dios tenía otros planes. Hace once meses que lo llevó a sus moradas celestiales, para desde allí, continuar la nueva vida, que nos ha sido prometida por nuestra fe en las creencias de otro mundo, sin las necesidades de un cuerpo físico que tiene aprisionado nuestros espíritus.

Las muestras de solidaridad y de afectos que recibimos todos sus familiares, de sus amigos y conocidos aquel 10 de abril del pasado año, constituyeron para nosotros un bálsamo de gran efecto que nos confortó ante la pérdida del ser querido, que hasta el último momento, conservó la vitalidad y su intelecto vivo, expresando siempre sus deseos de vivir, al estar al tanto de cada acontecimiento ocurrido localmente y en el mundo.

La vida de mi padre fue la de llevar la amistad y la solidaridad, desde sus años transcurridos en Baní, hasta verse distinguido como embajador dominicano en España, que constituyó la culminación de su carrera pública, y ya en 1996 retornar a un retiro que le permitió concluir sus memorias, ahora en proceso de edición y revisión para luego ser impresa.

Lamentablemente sus deseos de poner en circulación las mismas no fue posible ante un desenlace que comenzó a caminar desde principios del pasado año, cuando recibió un fuerte golpe en la cabeza y el aneurisma comenzó a hacer sus efectos que finalmente lo condujeron al colapso final.

Aún cuando mi padre no fue tan extrovertido para mostrar sus emociones, sentimientos y amor filial, él constituyó para mi madre, con la cual compartieron 53 años de unión conyugal, con mi hermana y yo, un celoso reducto de intimidad, que se manifestaba en momentos muy particulares al ocurrirnos algo y de cómo se interesaba en cada actividad que uno llevaba a cabo. Recuerdo las largas epístolas que me enviaba en su período de embajador en Argentina desde 1967 a 1974 donde me expresaba sus experiencias y emociones al verse involucrado en acontecimientos decisivos para la historia actual de ese gran país, previo al regreso y muerte de quien había sido su principal líder de la post guerra, Juan Domingo Perón.

Mi padre, en su entorno familiar, ya fuera en la tradicional casa de madera de Baní, luego en su bella residencia de Santo Domingo o en su descanso preferido e inviolable de Palmar de Ocoa, expresaba en cada intercambio con familiares y amigos, todo un vasto mundo de conocimientos, de historia y de experiencias, que a todos en su alrededor beneficiaban, ya que en cada una de esas interacciones de conversaciones útiles, nos daba pautas para trabajar y mejorar las relaciones con amigos y familiares. Nos dábamos cuenta que en su quehacer íntimo, con esas manifestaciones tan subyugantes, nos mantenía atentos a una vida que sirvió para conciliar y enseñar.

Aún cuando no soy tan elocuente como mi padre en sus coloquios parroquiales y familiares, heredé de él, por la herencia genética, la atracción y facilidad para el mensaje escrito. Gracias a sus estímulos y los de mi madre, que sabiamente, antes de marcharse a Argentina en 1967, me dejó como regalo una maquinilla de escribir portátil, la cual fue mi compañera por cerca de 20 años para los cientos de artículos que he publicado en los diarios nacionales, para reemplazarla por los útiles computadores personales y los portátiles.

A once meses de la partida de mi padre, y 20 años de la de mi madre, el período es más que suficiente para poner distancia a esos acontecimientos tan impactantes en la vida terrenal del ser humano occidental y cristiano. Aún cuando se pierde el ser querido, quedan vivos los recuerdos más hermosos. Quedan las enseñanzas y la disciplina que nos involucraron para servirle a nuestros hijos en la formación, y que ya también lo vemos en nuestros nietos, que es esa gran tradición de amor por el servicio de ayudar a los demás, respetando las reglas elementales de la convivencia.

Lo importante de mis padres fue ese gran deseo de servir, y lo vivimos con el ejemplo de ellos. Ese servicio lo llevamos no solo a nuestras esferas de acción, sino a la de nuestros hijos, para ser útiles al entorno social y humano, asistiendo con el esfuerzo a resolver necesidades perentorias de conglomerados pobres que necesitan de la mano amiga y de una sonrisa para superar sus padecimientos, muchos de los cuales son más de conducta que físicos. A mi padre, en este aniversario que no pudo disfrutar, queda la satisfacción de su larga vida útil a su patria y a sus familiares, de la cual recordamos su pasión por vivir y de servir, aún cuando se diera cuenta en sus días postreros, de sus limitaciones y que ya su fin se iba acercando, pero no tan pronto como ocurrió el 10 de abril del 2005.

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