El debate sobre la pobreza y su relación con la delincuencia

El debate sobre la pobreza y su relación con la delincuencia

La marginación por el reparto desigual de riquezas ha sido descrita por expertos en el país y en otros lugares del mundo como factor que propicia la delincuencia sin dejar de ser evidente que más allá de los hechos criminosos atribuibles a individuos de baja condición económica, la artillería pesada de los lucros ilegales va siempre mejor vestida, con preferencia por el saco y la corbata, apoyándose con éxito en el poder, viéndose que los daños que infligen sus métodos, a veces sofisticados, figurarían entre los más gravosos para la sociedad.

La «buena suerte» de quienes han delinquido en grande a nivel local evadiendo las consecuencias por el peso de influencias y capacidad de pago para lograr impunidad, tiene impresa en la sabiduría popular de este pueblo el convencimiento de que pocos robos menores (de un pollo o de un viejo mueble de terraza) escapan al peso de la ley; mientras pocos van a parar a las barras de la justicia por malversaciones de alto calibre desde ejercicios oficiales o desde gestiones privadas de élites y oligarquías.

No obstante, en los enfoques de algunas áreas de las ciencias sociales, de aquí y de allá, se menciona la tendencia a ver a la pobreza en muy estrecha relación con los despojos que azotan a los pueblos, en algunos casos invocando detalles tomados un poco a la ligera por analistas interesados.

Para ellos: a) en las zonas urbanas la delincuencia se asienta principalmente en los barrios pobres; b) un número importante de los antisociales procede de hogares disfuncionales y carenciados; c) la mayoría de las personas apresadas por hurtos vienen de la pobreza y muestran una incapacidad casi innata para conseguir empleos y ganarse la vida decentemente.

Ciertos autores han sido específicos en citar como comprobaciones de poco aval estadístico que en México la deserción escolar a partir de familias de escasos recursos ha sido un factor sociodemográfico determinante en la delincuencia y que en Uruguay los adolescentes detenidos por delitos suelen ser hombres de bajo nivel educativo lanzados a la calle en busca de dinero a cualquier precio después de confrontar serios problemas para ingresar a instituciones educativas.

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A pesar de estos encasillamientos, en el debate sobre coadyuvantes de la criminalidad se han hecho referencias concretas en sentido contrario para visibilizar que en Italia, que registra un aceptable nivel de bienestar, se coexiste con una actividad mafiosa antológica, inspiradora para la literatura y el cine y no solo en el Sur más tradicional sino también en otras partes de ese país del Primer Mundo.

Y que en México, la violencia, generalmente delictiva prolifera donde las comunidades son más prósperas.

Una visión local

En un enfoque sobre tendencias a la violencia en la República Dominicana, los catedráticos de la Universidad Autónoma de Santo Domingo Edylberto Cabral y Mayra Brea subrayaron que las acciones delictivas y violentas crecieron sensiblemente en el primer lustro de los noventa en la región a que pertenece el país «a pesar de los altos ritmos de expansión y de estabilidad macroeconómica que se experimentaron».

Destacaron que con posterioridad los niveles de violencia y delincuencia en esta parte del mundo llegaron a ser relativamente altos en relación a los parámetros internacionales.

Con un detalle a considerar, según ellos: «Desafortunadamente, en los sectores oficiales dominicanos, cada vez que se plantea la magnitud de la criminalidad se recurre para subestimarlo a las cifras que presentan algunos otros países».

Con su afirmación sugirieron que los gobiernos dominicanos suelen lanzarse a comparar los índices delincuenciales criollos con los de los escenarios del exterior cercano que resultan peores, buscando que los observadores se traguen el cuento de que por aquí «estamos mejores».

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Y en efecto, para el tiempo en que Cabral y Brea formulaban sus reflexiones algunos otros lugares de América Latina constituían la región del mundo con más alto índices de violencia.

La politóloga Rosario Espinal, articulista de este diario, ha descrito la corrupción como una «constante en la vida nacional» que se ha manifestado en que los gobiernos suelen concluir sus mandatos con escándalos de enriquecimientos ilícitos.

Sin embargo aseveró ante entrevistadores de un programa radial que “Por primera vez se está dando un proceso donde se están judicializando muchos casos de corrupción; eso no quiere decir que no se hicieran en otro momento, sino que estaban más limitados”.

Más argumentos

La incansable investigadora social, antropóloga Tahira Vargas, se niega rotundamente a asociar la marginalidad con la delincuencia porque en las bandas juveniles que se hacen sentir en ámbitos urbanos del país «también están presentes los sectores de medianos y altos ingresos».

En una de sus exposiciones sostuvo que los jóvenes dominicanos de niveles medios entran al círculo de la violencia y se organizan en bandas «igual que los estratos populares» y sobre unos y otros gravitan factores comunes como las pautas de crianza y socializaciones violentas.

A su criterio, priman aquí sobre niños y jóvenes y sobre su sentido de identidad juvenil una cultura y una sociedad que tienen un estilo de vida violento y corrupto que permea todos los ámbitos de la vida social y política del país.

Su colofón ante la tendencia a ver a jóvenes dominicanos de la pobreza como los más dañados moralmente es el que sigue: La violencia y la delincuencia en nuestra sociedad no proviene únicamente de los jóvenes; en nuestra sociedad las pautas de convivencia cotidiana están marcadas por la violencia en los distintos ámbitos: familia, escuela, relaciones sociales, relaciones políticas, el tránsito, las prácticas ciudadanas y el ejercicio de control social».