El dengue es una enfermedad muy conocida en nuestro país. Desde los inicios de la década de los 80, cuando se hicieron los primeros diagnósticos de la enfermedad, si mal no recuerdo; hemos venido teniendo epidemias cíclicas de la misma, con miles de afectados y un saldo alto de muertes, sobre todo infantiles, que enlutan las familias dominicanas.
No quiere decir que antes de los ochenta no existiera la enfermedad, pero pasaba como una virosis más o una de esas influenzas que llegaron a tener nombres populares que la gente le daba, por ejemplo, la reelección, en tiempos de Balaguer, a propósito de lo que vivimos hoy.
Resulta que los últimos 3 años no fueron epidémicos, con baja incidencia de nuevos casos. Era, entonces, previsible que este podría ser un año con alta incidencia tal y como lo estamos viendo.
Esta es una enfermedad de la pobreza, aunque cualquiera puede ser afectado, donde los determinantes sociales son fundamentales: pobreza, déficit de agua potable, precariedad en saneamiento básico, educación deficiente, hacinamiento, urbanismo no planificado y caótico. Por otro lado, promoción de la salud y prevención de enfermedades episódicas y reactivas ante las enfermedades; así como bajo involucramiento de la población, como consecuencia de lo anterior, en el control o erradicación del mosquito Aedes, vector transmisor de la enfermedad.
Si bien es cierto que la educación continua de la población en torno al conocimiento de la enfermedad y cómo prevenirla es importante en el control, no menos cierto es que la disminución de los susceptibles porque ya han padecido el dengue es lo que extingue la epidemia. Hay medidas como la descacharrización, eliminación de los objetos que pueden almacenar agua, tapar el agua almacenada, el uso del cloro en los bordes del recipiente inmediatamente por encima del agua, fumigaciones puntuales para eliminar mosquitos adultos infectados e infectantes, etc. contribuyen a yugular, también, la epidemia.
La aparición de esta epidemia es consecuencia de 3 años de baja incidencia con acumulación de susceptibles, más propensa la población infantil, y se expresa en un número de casos que exceden en mucho los del año pasado. Y comienzan a aparecer los fallecimientos. Al decir del subdirector del hospital Robert Reid Cabral, en lo que va de año, solo en ese centro, han muerto 17 niños con diagnostico confirmado o presuntivo de la enfermedad. Aquí entra a considerarse la calidad de la atención y desde luego el sentido de acceso oportuno de la atención.
En el abordaje de esta situación deben involucrarse las diferentes instancias de sector salud, públicos y privados: el Ministerio de Salud con el tema de promoción y educación, prevención de la enfermedad, el trabajo interinstitucional, el involucramiento de las comunidades con los operativos de saneamiento básico, medidas de almacenamiento de agua, fumigaciones puntuales, activación de sistema de alerta temprana, detección de brotes a través de la Dirección de Epidemiología, etc. El Servicio Nacional de Salud en la supervisión del uso de protocolos para manejo de la enfermedad, activación de los comités de dengue en los hospitales con su coordinador, entre otros.
La población, llevando al centro más cercano a todos los niños que presenten cuadros febriles, en estas circunstancias los adultos no están excluidos. Conocer los signos de alarma es fundamental, porque es una expresión de que la enfermedad se puede complicar: aparte de la fiebre, dolor de cabeza, dolor en el cuerpo, retro ocular, malestar general, puede estar o no acompañado de nauseas o vómitos, estos serían los síntomas clásicos; pero si el niño tiene inapetencia, rechazo de alimentos, vómitos persistentes, dolor abdominal, palidez, decaimiento, signos de deshidratación, la aparición de manchas rojizas en la piel, etc. son signos de que la situación se está agravando. Es un imperativo la atención urgente por personal calificado: médicos.