El francés Jean Cocteau, una de las figuras más emblemáticas y geniales de la vanguardia en las primeras décadas del siglo XX, también tuvo un espacio para el tema deportivo en el marco de su vasta obra en los diversos géneros que cultivó con pasión y entusiasmo delirante.
En el ensayo El Deporte en vanguardia, el español Antonio Jiménez Millán afirma que “frente a la tibieza nostálgica del decadentismo las primeras vanguardias europeas proclamaban el culto a la juventud, a la energía física, a la acción”.
Cocteau (1889-1963) novelista, poeta, dramaturgo, ensayista, cineasta y dibujante, desde su adolescencia fue considerado un prodigio. Su inclinación por el deporte y la actividad física se puede apreciar en varios textos. Dedicaría su libro de poemas Le Cap de Bonne-Espérance (1919) a uno de los aviadores más famosos de aquella época: Roland Garros, cuyo nombre en estos tiempos lleva uno de los torneos de tenis de mayor renombre.
En su obra Miroir des Sports expresa: “Corredores, nadadores, orgullo de las riberas de París, a veces/ vuestra debilidad es vuestra peor audacia. / A caballo sobre el corazón, ciclista, sonríes, / en las ruedas enroscadas como un cuerno de caza”.
El movimiento futurista (1909-1930) de vanguardia que influyó en su copiosa producción, tenía una marcada preferencia por la tecnología moderna y el maquinismo a la que cantan en términos sublimes y heroicos. En su declaración de principios dicen que: “frente a la literatura que ha magnificado hasta hoy la inmovilidad del pensamiento y el sueño nosotros vamos a glorificar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso gimnástico, el salto arriesgado, la bofetada y el puñetazo”.
El autor de Los novios de la torre Eiffel, Antígona y Edipo Rey, en teatro; Thomás el impostor y Le Grand Ecart, en poesía y novela. Se relacionó en su primera etapa con grandes escritores y pintores de vanguardia que influyeron significativamente en su formación cultural y artística. El listado incluye a Guillaume Apollinaire, Pablo Picasso, Pierre Reverdy, Marcel Proust, Max Jacob, Raymond Radiguet, Anna de Noailles, Edmond Rostand, entre otros.
El multifacético autor, que murió en 1963 a los 74 años, rodó su primera película, Le sang dun poete e inmpactó con su carta a Jacques Maritain, que marcó la ruptura con todo dogma religioso; en su obra Opio, publicada en 1930, donde describe la lucha por liberarse de la droga, un vicio que lo llevó a someterse a un proceso de desintoxicación en una clínica, donde compuso Los niños terribles.
Finalmente, dedicamos a nuestros amables lectores el poema El Patinador, de Jean Cocteau, contenido en su libro De Apoggiatures, 1953.
EL PATINADOR
Se lanzó el patinador sobre la pista virgen donde
debía reproducir con sus pies armados el
inextricable meandro de una línea que llevaba en sí
mismo y en la que nada podía liberar su alma
maniatada e interrogada por la policía. Sería libre si
cincelaba a toda velocidad una superficie cuyo corte
proyectara virutas de nieve. Obra maestra que las
tribunas aplaudirían como un simple ejercicio de
acrobacia. A veces dejaba atrás distintas imágenes de
su persona que se le unían enseguida, le precedían y
le invitaban a juntarse de nuevo con ellas. Con los
brazos cruzados, se inclinaba, se levantaba, iba más
deprisa, giraba, volvía a salir, pendiente de no
interrumpir nunca su caligrafía. Durante una hora,
cerró los trazos gruesos y los finos de esa escritura
sin cometer una sola falta. De pronto, en el
centro de la pista, inmóvil al principio,
con sus brazos extendidos de
espantapájaros, giró sobre sí
mismo en un ciclón
acelerado hasta volverse
transparente y, en un
torbellino de hélice,
pasó la zona de lo
visible hasta
desaparecer.