El derecho a la rebelión

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LUIS SCHEKER ORTIZ
Con eso del recaudo fiscal “El Jefe” no comía cuentos. Permanentemente sus subalternos, director general de Aduanas y el director general de Impuestos Sobre Beneficios, posteriormente Impuestos Internos, tenían que rendirle cuentas acerca del nivel de recaudación y dejarlo satisfecho. Mi papá, que fue director general de ambas dependencias se las arreglaba con astucia y honestidad, presentando siempre una recaudación que le complacía al Jefe, y que no asfixiaba al contribuyente”. Un equilibrio estable de buen gobierno. Del arte de saber gobernar.

A finales de cada mes, superado el nivel de recaudación que “El Jefe” esperaba, se reunía a sus colaboradores más cercanos a quienes orientaba con éstas o parecidas palabras: “Bueno, ya el Jefe está complacido; ahora, muchachos, aflojen la tuerca para que no se rompa”. Esto luego me lo confirmarían Purruco Asmar Sánchez y el licenciado Montero Ramírez, dos eficientes y honestos funcionarios que se ganaron su total amistad y confianza.

El arte de la prudencia, que es el arte de la política, iba en línea directa con aquel postulado de la Revolución Francesa que proclamara el sagrado derecho de los pueblos a revelarse contra la tiranía y la opresión. Papá la había adaptado siguiendo una doctrina francesa en boga, pero extraña para un recaudador fiscal, que justificaba la evasión fiscal cuando los impuestos eran injustos o arbitraria la recaudación.

Así vemos como con el discurrir de los tiempos se ha hecho, más que una tendencia, una práctica consuetudinaria que la conciencia legítima, la evasión al pago de impuestos cada vez más voraces como la resistencia al pago de servicios deficientes, mientras el contribuyente ve con asombro cómo el derroche del dinero del recaudo va a parar entre lujos y placeres, favoritismos irritantes y en obras dispendiosas o monumentales, absolutamente innecesarias o al menos absolutamente no prioritarias.

Nadie discute derecho a la tributación que tiene todo Gobierno como el deber de contribución de cada ciudadano o empresa, comenzando por los más pudientes, para impulsar el desarrollo humano y el bienestar de la nación y erradicar las grandes deficiencias y los elevados niveles de pobreza y de pobreza extrema; derecho y deberes que deben plasmarse con sentido patriótico en una agenda nacional y ejecutarse en un plano de mayor justicia social distributiva y de transparencia.

Lo que revienta es lo contrario. Y es ahí donde radica el escepticismo y las resistencia que en términos generales, produce en la población el anuncio del Presidente de la República de nuevas cargas impositivas de apoyo al nuevo proyecto de “Rectificación Fiscal”, unida a tímidas medidas de austeridad y control del gasto público, porque entiende no solo que los nuevos impuestos son innecesarios, sino porque que teme y presiente, con sobradas razones, que lo recaudado sea orientado y aplicado fundamentalmente a sostener costosas campañas proselitistas en un momento crucial para la reelección de Presidente o del Partido en el Gobierno.

No en todos los casos esa resistencia tiene el mismo grado de validez. En los partidos de oposición responde a su naturaleza misma, que va a cambiar una vez se conviertan en partido oficialista, como ha ocurrido en el caso de la Constituyente, por ejemplo, y otras tantas veces. El del sector empresarial, tiene otros bemoles, sin dejar de apreciar su justa preocupación y en el del resto de la población, particularmente la clase media que no tiene subsidios y no encuentra cómo defenderse y la clase baja que, por no tener, no tiene cómo salir de su pobreza olvidada; para estos sectores, es cuestión de supervivencia.

No pueden con más impuestos. No pueden con más hipocresías y falsedades. El Derecho a la Rebelión se les impone, como un derecho a no perecer. El problema está en que la clase media, la única con capacidad para motorizar profundos cambios sociales, políticos y económicos, no se da cuenta de su poder y se dispersa. No se le ha enseñado el camino para poder ejercitarlo eficazmente. Y volvemos a votar por los mismos, arrastrado por el populismo, agotándose en una cadena sin fin que no nos lleva a ninguna parte.

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