El derecho al buen nombre

El derecho al buen nombre

Todos tenemos derecho al buen nombre. No hay patrimonio más valioso que la reputación. Difícil de construir: toma 25 años de ejercicio profesional, como es mi caso; y toma un segundo destruirlo, más en estos tiempos de “vendettas” cruzadas, ligereza, inhumanidad, envidias y descarnadas luchas por el poder, sin que importe una batata podrida llevarse por delante lo que significa para la sociedad contar con el aporte de ciudadanos capacitados. En medio de la vocinglería se olvida ese simple, natural, pero importantísimo derecho a la dignidad de ser.
He aguantado estoicamente todo tipo de comentarios. He sido paciente y respetuoso hasta con los improperios en algún medio radial y desde el cobarde anonimato de las redes. Todo basado en una información sobre un hecho cierto: haber asesorado a una empresa y haber cobrado por ese servicio. Los ataques se han propagado desproporcionadamente, sin otro ánimo que el neutralizar nuestra también larga trayectoria en la opinión pública. Sin dar oportunidad a lo más simple: el respeto al derecho que tenemos todos al buen nombre.
Toca responder, dentro de los marcos legales y con la verdad, las dudas que genera hoy haber asesorado a una empresa -Odebrecht- que hasta hace no mucho tiempo contaba con un aval de eficiencia y sus alianzas estratégicas locales. En mis servicios no cometí delito alguno, ni fueron mis consejos diferentes a lo que era el seguimiento de procesos en el más estricto apego a las leyes y de mayor calidad profesional. Todo en mi condición de economista graduado con estudios de posgrado y con estudios de derecho con un conocimiento que aúna el conocimiento del Estado y del sector privado, tanto en materia financiera como en procesos de administración pública. En mis 25 años de ejercicio profesional he asesorado a prestigiosas empresas privadas y del sector público.
Algunos se preguntaron la razón por la cual renuncié a mi empleo en un alto cargo en el banco más grande del país. No me extraña que llame la atención, la gente sabe que las consecuencias económicas personales son sensibles, lo común es aferrarse a un puesto que se considera importante y la tradición de escudarse detrás de las posiciones para atender señalamientos de índole particular explican la sorpresa. Además, es la primera vez, no había precedentes.
Sin embargo, consideré que no era justo someter al banco a las distracciones de presiones mediáticas que nada tienen que ver con las funciones cotidianas de la institución. No era justo con su administrador, Simón Lizardo, y todo un equipo de gran profesionalidad y que están entregados en brindar resultados con calidad impecable para el BanReservas y a su clientela, ni tampoco era justo que yo dedicara mi tiempo laboral a dar explicaciones de índole personal, ni era justo conmigo mismo porque hubiera tenido, de permanecer, que verme sometido a los límites de las leyes monetaria y financiera para responder mis asuntos. Hoy escribe José Manuel, no el subadministrador.
Esas son las razones de mi renuncia, que nadie sugirió ni exigió. Y que cortó mi carrera de 15 años en esa institución.
Así, dispuesto respetuosamente a responder las legítimas preguntas ante la opinión pública y ante cualquier autoridad competente estoy seguro de hacerlo con éxito de aclarar que no he cometido falta alguna, que no estoy imputado y que no soy imputable porque no he cometido ningún delito. Estoy con mi buen nombre por delante y el derecho a defenderlo, sin mayor respaldo que el apoyo incondicional de mis cercanas personas queridas, y el derecho que tenemos todos al buen nombre.

Queda agradecer y reconocer que este diario que siempre me ha brindado un espacio en sus páginas de opinión y que pretendo seguir aprovechando para participar activamente en el debate público. Sé que queda mucha maledicencia, ruindad e injusticia que enfrentar; pero como me dijo mi hijo mayor al referirse a la reacción de sus amigos: Pa´, todos te apoyan. Ellos saben quién eres.

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