El derrumbe y los dolores

El derrumbe y los dolores

Se nos cae la casa encima. Ultimamente el dólar aumenta un peso cada día, la lista de corruptos gubernamentales se fortalece en dimensiones que apuñalan el alma, nutriendo los temores de quienes pierdan el poder si se realizan unas elecciones presidenciales razonablemente limpias el próximo 16 de mayo.

El presidente Mejía había externado su criterio de que a los ex-presidentes se les debe respeto y, por tanto, merecen estar exentos de futuros cuestionamientos judiciales, tanto ellos como sus cercanos colabores.

Que la política no es honesta, ya lo sabemos de sobra…pero no hay que exagerar. No pretendemos a un Juan Bosch, que proclamaba abiertamente sus principios e intenciones. Eso no es prudente. Además, no hay mentira en lo que se calla, y estoy convencido de que Bosch podría haber hecho mucho bien dosificando las transformaciones a las cuales aspiraba, que no llevaban a la repetición de otra Cuba y otro Fidel, porque tal no era su naturaleza y su inteligencia lo hacía comprender que las situaciones nacionales nunca son identificas y requieren de las mismas medicinas. Los yankees no se percataron de que este hombre terco e íntegro, no era otro Fidel, que terco e íntegro, aún hoy, manejó y maneja circunstancias cubanas que no son las dominicanas, ni lo fueron.

Siempre me ha dolido el intervencionismo norteamericano. Lo heredé de mi padre, Bienvenido Gimbernard, quien atacó periodísticamente la intervención militar norteamericana con un vigor que aún no comprendo como no lo apresaron las autoridades norteñas, aunque lo pusieran en «la lista negra de la cual lo sacó mucho después un inteligente funcionario del Departamento de Estado, llamado Harrington Reed.

Hoy, entre lo que más me duele como dominicano, está el regocijo que siento cuando llegan altos funcionarios estadounidenses (a veces les dicen «pro-cónsules») e intervienen en nuestros asuntos. Es que no tenemos confianza en las autoridades nacionales: llámese senadores, diputados en diversas «instituciones» de uno u otro tipo.

Es que el señor Mejía ha destruido el país. Es un «Terminator», un propiciador del derrumbe nacional. Aquí hay quienes tienen licencia para regalar -supuestamente ellos- relojes de oro macizo, para efectuar sospechosos viajes en aviones privados con cargas misteriosas. Hay quienes se tornan multimillonarios de la noche a la mañana… sin ser empresarios laboriosos ni expertos en la bolsa internacional, sin saber del Dow Jones o el Nasdaq, ni haber ganado la Loto de Estados Unidos.

Siempre ha habido un grado de corrupción estatal y del comercio generoso en dádivas. Y no sólo aquí. Pero hay límites. No se puede asfixiar en impuestos a un pueblo que da brazadas en un pestilente mar de carencias.

La impresión que tenemos, junto a muchos miles de ciudadanos, es que aquí y hora, todo se vende y se compra.

La Ley de Lemas (ahora con nombre nuevo) cuesta…tanto. Doscientos mil no, setecientos mil por cabeza. Ahora con la continua caída de la «moneda» nacional, serán más el señor Mejía, ha roto el récord de destruir la economía de un país -y, por tanto su vida- en apenas parte de su período presidencial, porque su primer año no fue tan desastroso y dejaba espacio para esperanza correctoras.

Personalmente, lo que más me duele es cuánto ha sido lacerado mi nacionalismo. Yo, que discutía furioso contra un economista que propugnaba porque nuestra moneda fuese el dólar, yo, que me enfadaba y rabiaba porque nuestra moneda fuese el dólar, yo, que me enfadaba y rabiaba contra las intervenciones norteamericanas, hoy, que me enfadaba y rabiaba contra las intervenciones norteamericanas, hoy, convencido de que nuestras autoridades responden sólo a sus beneficios personales, me lleno de entusiasmo cuando vienen miembros de alto nivel del gobierno norteamericano o de la Unión Europea, y, lejos de estar pagados y comprados por nuestro desastre moral (aunque ellos sirvan otros intereses) nos hacen bien: intervienen, aconsejan y veladamente amenazan con sanciones financieras… hasta ahora.

Que si la irracionalidad perdura y resulta inevitable un estallido social… nadie sabe.

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