La equidad es, sin duda, uno de los mayores desafíos del desarrollo humano en el siglo XXI. Más allá de los indicadores y las estadísticas, la posibilidad de que millones de personas alcancen una vida digna y plena depende de su consecución. Este concepto, que abarca múltiples dimensiones —económica, de género, educativa y social—, converge en un principio esencial: garantizar que cada ser humano tenga acceso a oportunidades justas, independientemente de su origen, género, etnia o condición socioeconómica.
Si bien la realidad global ha registrado avances significativos, persisten desigualdades profundas que obstaculizan el progreso. El Informe sobre Desarrollo Humano 2023 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) revela brechas alarmantes: el 10% más rico de la población mundial concentra más del 50% de los ingresos globales, mientras que el 40% más pobre apenas alcanza el 15%. Estas cifras reflejan no solo desigualdad económica, sino también la exclusión sistémica de millones de personas de las oportunidades básicas necesarias para mejorar su calidad de vida.
En la República Dominicana, estas desigualdades adquieren manifestaciones particulares. Según el Índice de Capital Humano 2022 del Banco Mundial, la población infantil nacida hoy alcanzará solo el 49% de su potencial productivo en comparación con los niveles ideales de salud y educación. Esta realidad evidencia barreras estructurales que afectan a las poblaciones más vulnerables y perpetúan ciclos de pobreza y exclusión.
La equidad de género, por su parte, sigue siendo un reto complejo. El Informe Global de Brecha de Género 2023 del Foro Económico Mundial ubica a la República Dominicana en el puesto 112 de 146 países. Este rezago se materializa en aspectos concretos como la menor participación femenina en puestos directivos, las brechas salariales persistentes y la limitada representación de las mujeres en espacios de decisión política.
La persistencia de prácticas discriminatorias en ámbitos laborales, educativos y sociales configura una barrera crítica. Los estereotipos de género continúan limitando las aspiraciones profesionales de niñas y mujeres, especialmente en campos como ciencia y tecnología. A la par, las barreras socioeconómicas restringen el acceso a oportunidades educativas y laborales de calidad, especialmente en zonas rurales y comunidades históricamente excluidas.
Abordar esta realidad requiere un enfoque integral y acciones concretas. Por un lado, es imprescindible fortalecer las instituciones que promueven la equidad mediante políticas públicas inclusivas y eficaces. Esto incluye garantizar una educación de calidad para toda la población e implementar sistemas fiscales que reduzcan las desigualdades económicas. Por otro lado, el sector privado tiene un rol esencial: ampliar, consolidar y fortalecer la implementación de prácticas empresariales responsables que prioricen la diversidad y la inclusión en el lugar de trabajo.
La sociedad civil constituye un eje central en la promoción del cambio cultural. A través de la sensibilización, el activismo y la creación de redes de apoyo, las comunidades desafían las normas discriminatorias y exigen mayores niveles de equidad en todos los ámbitos sociales. Los movimientos feministas y las iniciativas locales de empoderamiento comunitario evidencian el poder transformador de la acción colectiva.
La participación activa de cada persona es fundamental. Desde la elección de una representación política comprometida con la equidad hasta el apoyo a iniciativas locales de desarrollo, cada acción cuenta. La transformación hacia una sociedad más equitativa exige una responsabilidad compartida y sostenida entre gobiernos, empresas, organizaciones y la ciudadanía. Solo mediante esta acción coordinada podremos construir un mundo donde las oportunidades sean verdaderamente accesibles para todas y todos.
El desafío de la equidad trasciende la justicia social: constituye una condición indispensable para el desarrollo sostenible. Las sociedades equitativas son inherentemente más prósperas y resilientes. La equidad no puede permanecer como un ideal abstracto; debe materializarse en acciones y decisiones colectivas concretas. El momento es ahora: cada paso define nuestro avance hacia ese futuro inclusivo, equitativo y sostenible que aspiramos construir.
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