La mayoría de nosotros hemos sido socializados bajo una visión tradicional de la historia, en lo relativo a sus temas y enfoques como a sus métodos. Su enseñanza  siempre ha sido utilizada con fines ideológicos, donde el enfoque tradicional y conservador ha enfatizado en la historia política, los grandes personajes, la narrativa de hechos históricos y la construcción de conocimiento a través de los documentos escritos. Esta historia toma distancia crítica de nuestra memoria, la de la sociedad en un sentido más amplio, que podemos llamar “memoria social”.

Es en estos casos extremos que la historia se hace “Historia Oficial” y la memoria social deviene en “memoria de resistencia”. Hay que enseñar la “historia” con nuevos enfoques y apuntar más a lo cotidiano y a lo social, que se alimenta de esas “memorias de resistencia” y la “memoria social”, para construir su conocimiento. Para esta Nueva Historia es  importante rescatar el papel que juegan en ésta  la gente común y los movimientos sociales que han encarado los trabajadores, las mujeres y los campesinos, es decir, la “historia que se hace todos los días”. 

Se trata del rescate de nuestras luchas populares que, en definitiva, caracterizan lo local de cada región, lo esencial de cada comunidad, sin despreciar  la popularización de la cultura general. En cuanto a la geografía, su enseñanza resulta ser una sencilla catástrofe, se memoriza, se da, si hay tiempo, se suman longitudes y altitudes a partir de libros enciclopédicos que nunca se estudian por completo. No forma investigadores sociales porque no se  liga con la cotidianidad geográfica donde vive el niño.

El aprendizaje del espacio nacional debe pasar por la comprensión del espacio íntimo, del barrio, del pueblo,  el que el niño enfrenta camino a la escuela, viendo ríos, montañas.  De lo contrario, seguiremos con estudiantes que navegan en el tiempo y el espacio despistados.