El desamor del dominicano a su Patria

El desamor del dominicano a su Patria

El fenómeno extraño, que se observa en el entorno social del país, es de cómo las presentes generaciones han ido perdiendo los motivos y sentimientos que antes distinguían a los dominicanos, en cuanto a sentirse dominicanos y dispuestos a defender tal condición en cualquier terreno de potenciales confrontaciones.

El avance de la modernidad con todas sus influencias, ha provocado en la conciencia de las generaciones jóvenes dominicanas de creerse que no vivimos en una isla compartida con otra nacionalidad, que presiona por un espacio general en la isla hasta con la idea y propósito de asimilarnos, aniquilarnos o expulsarnos.

Esa pérdida de sentimientos de amor patrio, fruto del contacto excesivo con el modernismo mundial, ha estado conformando las presentes generaciones desde hace unos 40 años, apartando hasta de sus sentimientos de amor filial, más preocupados por buscar sus propios beneficios y disfrute de la vida y sus atractivos, procurando lograr el dinero fácil que se vende a través de la abusiva propaganda de los medios de comunicación.

Se observa de cómo la situación actual de las relaciones dominico-haitianas se desarrollan en medio de un deterioro en búsqueda de una madurez y responsabilidad que no llega, impidiendo que el país muestre más responsabilidad de apoyar una acción que procura evitar de vernos ahogados por una raza dispuesta a no dejarse morir de hambre en su territorio occidental de la isla y, por tanto, solo piensan inundarnos con sus olas humanas y conseguir aquí lo que ya perdieron hace siglos en su territorio.

Hay muchos sentimientos encontrados para darle la cara con madurez a las relaciones de las dos razas. Mientras un sector se muestra en los límites del histerismo que solo piensa en enfrentamientos armados y una expulsión masiva de los haitianos, otros grupos ni se enteran de la situación, o la ignoran por esa mentalidad que los ha llevado a creerse que no vivimos en una isla, sino que somos parte de la tierra firme del continente americano. De allá copiamos todas las formas de vida, disfrute del modernismo y las aspiraciones de lograr el dinero fácil, aun no ignorando que tenga algún roce con los bordes de la ilegalidad representado por el tráfico de drogas y el abundante lavado de dinero que aquí no se oculta.

El desamor del dominicano por sus valores patrios es evidente, e impide que el país pudiera desarrollar una cohesión monolítica para demostrarle al mundo que debemos proteger nuestra soberanía y nacionalidad. Se está consciente de que se debe ayudar al pueblo haitiano, como se ha hecho con tanta generosidad en los pasados cuatro años, pero esa ayuda solo será posible si asumimos, como parte de nuestro espíritu, la defensa a ultranza de la soberanía y del suelo patrio, sin permitir que la actual estrategia de invadirnos lenta y calladamente continúe tomando forma, en que ya no hay rincón del país por donde no circulen libremente en alegres romerías los haitianos.

Sacudir a las presentes generaciones dominicanas, las que tendrán luego la carga pesada de defender la soberanía de su actual indiferencia, es una tarea impostergable que lleve a todas las autoridades a ejecutar un programa más intenso, que el aplicado para llevar a cabo la reparación de escuelas o el de Quisqueya Aprende Contigo, ya que si se continúa en ese estado de insolvencia hacia nuestros vecinos, ellos sí sabe lo que quieren y no se dejarán morir de hambre, máxime conociendo que ellos han contribuido a la prosperidad dominicana, aportando la mano de obra para las construcciones de torres, casas y en la agricultura.

Es verdad que hay dos sectores dominicanos antagónicos, uno identificado con el apoyo a la causa haitiana y sus necesidades y otro imbuido de un ultranacionalismo que ya quisieran estar comiendo haitianos a la parrilla y no transigen en soluciones salvajes y pretenden empujar al Gobierno a que asuman sus intenciones para hacer disparates y mientras el otro sector pretende que se abran los brazos a los infelices vecinos para que no mueran de hambre y aquí puedan encontrar su razón de ser seres humanos dignos hijos de la divinidad en que ellos creen pero que no es la nuestra, que es la apoyada en la fe de un solo Dios.

 

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