El desamparo de la prosperidad

El desamparo de la prosperidad

Una de las brillantes escritoras nórdicas de novela negra, la alemana Gisa Klonee, en su novela Aguas Heladas, plasma una reflexión sicológica acerca de la conducta de los adolescentes, planteando en la expresión “el desamparo de la prosperidad” toda la fuerza de la realidad actual de las familias y su acelerado proceso de desintegración.

El gran problema que atraviesan todas las sociedades, en mayor escala las desarrolladas, y también las menos, como las nuestras, con otros factores, que impactan en la realidad mundial; ni las culturas milenarias y más cerradas como las orientales, se salvan del proceso de aniquilamiento de los lazos familiares, que hasta hace 50 años eran los rasgos distintivos de esas sociedades.

Esta transformación social, fruto de los resultados de la victoria occidental en la II Guerra Mundial, y más luego el derrumbe del mundo comunista, donde no se pudo imponer esa felicidad en la forma totalitaria como los soñaron los soviéticos, ha conducido a los terrestres por unos senderos que no han podido lidiar con los vientos tan impetuosos de las ambiciones, estimuladas por la prosperidad.

La pasión, que las sociedades como la norteamericana y la europea muestran por el consumo de drogas, ha dado lugar a una distorsión peculiar en la conducta de los países más pobres, en donde la producción y el tráfico de las mismas ha ido conformando baluartes sociales con notable volumen de dinero que se mueve, transformando a las ciudades de países pobres. La opulencia choca notablemente con la miseria que se aglomera en torno a los ríos y los cerros de las capitales.

La prosperidad, sucia o legal, ha tocado las puertas de muchos países. Aparte de las crisis financieras que se han producido en los últimos años como la del 2008, que las ambiciones de los banqueros rivalizaron con los narcotraficantes millonarios y colocaron al mundo al borde del colapso, pero la fuerza de tanto dinero manchado no se pudo contener hasta el desastre de las hipotecas basuras, que Estados Unidos todavía padece sus efectos.

La extraordinaria prosperidad de los grupos sociales con acceso al dinero, ya sea en base a actividades lícitas o no, ha permitido ver el surgimiento de grupos sociales que han ido apropiándose de los nichos que antes eran reservados a los que, por ancestros, creían que podían sostener ese status sin que nadie osara apoderarse de sus espacios.

El resultado de esa opulencia, en que todas las actividades como las deportivas, las artísticas y las empresariales, están generando tantas riquezas en poco tiempo, ha llevado a que el desamparo de la prosperidad se manifieste de manera brutal en el seno de las familias. La competencia por el tener ha llevado a que ya no existan los lazos de unidad que estimulaban otros valores más auténticos.

El mundo marcha hacia otros sistemas de valores, muy alejados de los que existían a la mitad del siglo pasado. La familia, arropada de la prosperidad, no es feliz y sus miembros están cada vez más desorientados, ya que no existen las líneas morales y conductuales que orienten las tendencias. Casi todo el mundo quiere arrollar, incluso a los otros miembros de la misma familia con tal de ser prósperos en base a un dinero manchado.

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