Un tema de cíclica aparición en este medio es el de reducir el porte y tenencia de armas de fuego por civiles, un objetivo que retaría al Estado a proceder con mucha cautela y extraordinario rigor al mismo tiempo, si es que se propone alcanzarlo con seriedad. Como medida indiscriminada tendería a solo desarmar a quienes públicamente y registrados por ley poseen estos artefactos. El taimado criminal de oficio seguiría armado. Habría además que respetar con equidad el derecho a la defensa propia de mucha gente que por legítimos intereses y funciones debe disponer de los medios adecuados.
Es factible sin embargo combatir el uso de revólveres y pistolas tenidas en estos momentos por individuos sin calidad personal para ello. Las autoridades no han mostrado la debida competencia para reducir este mal. Hay miles de armas de fuego concedidas por el tráfico de influencia y los favoritismos típicos de nuestros políticos y de quienes ejercen el poder. ¿Hay aquí personas de autoridad y suficiente entereza y responsabilidad para acabar con ese infame mecanismo de relación que se origina en la politiquería? Muchas otras armas son portadas porque no se evaluó siquiátricamente como debe ser a sus potenciales portadores por un afán recaudador del Ministerio de Interior y Policía, dando licencias a troche y moche. ¿Hay pantalones en este gobierno para revertir esa situación?
En camino a más de lo mismo
Con la elección de miembros de la Cámara de Cuentas por decisión unilateral de una mayoría congresional sumamente interesada en favorecer al oficialismo se causaría un doble daño a la sociedad, pues llevaría a las posiciones aspiradas a personas inevitablemente comprometidas con los intereses y visión del poder; y el tal organismo no necesita más fallas de origen que las que ya le han acompañado, tornado en un ente fiscalizador casi estéril o de contados frutos que se pudren en gavetas del Ministerio Público.
Si de ordinario a la Cámara no se le hace caso para que cumpla su papel, su conversión total en instancia prohijada unilateralmente por los designios de un liderazgo político la haría algo inútil por completo. Una entelequia para que personajes bien vistos por los mandamases cobren bien y mucho, y se pavoneen con investiduras a costa del contribuyente, tan frecuentemente lesionado por el clientelismo.