El desarme: ¿una mentira piadosa?

El desarme: ¿una mentira piadosa?

POR ADRIÁN MAC LIMAN
En 1960, al término de la primera Conferencia sobre Desarme celebrada en Ginebra, el delegado francés en las embrionarias consultas, Jules Moch, resumió la inconsistencia de los debates con una frase que desgraciadamente no figura en los libros de historia: “¿El desarme? Miren, tengo la firme intención de legar el escaño de la República francesa a mis nietos”. Cabe preguntarse si el veterano político galo, incansable compañero de viaje de Leon Blum y de Charles de Gaulle, no pecaba de excesivamente optimista.

La celebración de la Conferencia sobre la revisión del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), inaugurada el pasado día 2 por el Secretario General de la ONU, Kofi Annan, nos incita a hacer un breve repaso a las consultas sobre limitación de armamentos llevadas a cabo en la Ciudad de Calvino a partir de 1962, fecha de la creación del llamado “Comité de los 18”, organismo encargado de elaborar medidas concretas destinadas a frenar la escalada armamentista.

Uno de los primeros logros de los negociadores destacados a la antigua sede ginebrina de la Sociedad de las Naciones fue la redacción del Tratado de No Proliferación Nuclear, instrumento que cuenta actualmente con la ratificación de 189 Estados. Sin embargo, desde su entrada en vigor, en 1970, varias potencias de”segunda categoría” se han sumado a los socios fundadores del “club nuclear”.

Durante la década de los 60, nuestro planeta contaba con cinco potencias atómicas: Estados Unidos, la Unión Soviética, China, Gran Bretaña y Francia. En las siguientes décadas, se sumaron a este grupo la India, Israel y Pakistán. Sin embargo, se cree que el número de Estados de dispone de tecnología nuclear es mucho más elevado. Recordemos las acusaciones formuladas recientemente contra Iraq, Irán, o Corea del Norte, sin olvidar la facilidad con la que otros Estados podrían convertirse en “socios” del club.

Pero la proliferación de las armas atómicas genera peligros de otra índole. Hace más de tres lustros, cuando las autoridades israelíes exigieron la eliminación total de los arsenales de armas químicas y bacteriológicas de Oriente Medio, el presidente egipcio, Hosni Mubarak, respondió a la preocupación de los políticos israelíes con una frase escueta y contundente: “Las armas bacteriológicas son la bomba atómica de los pobres”. De hecho, la ONU había logrado poner fuera de la ley las armas químicas y bacteriológicas antes de iniciar una nueva fase de consultas –las SALT I y II– destinadas a la reducción de los armamentos estratégicos.

Durante la década de los 70, las dos superpotencias EE.UU. y la URSS– disponían de arsenales nucreales capaces de destruir 30, 40 ó 60 veces la población del planeta. Un estado de cosas éste que los estrategas consideraban totalmente aberrante, que obedecía ante todo a las ansias de poder de dos imperios enzarzados en el combate ideológico. Si las SALT llegaron a reducir considerablemente en número de misiles estratégicos que velaban por el “equilibrio del terror”, las START –iniciadas en los años 80– contemplaban el desmantelamiento progresivo de las bases dotadas con armamento atómico y la eliminación de ojivas y vectores nucleares. El proyecto llegó a materializarse tras en histórico encuentro del Presidente Reagan con el Secretario General del PC soviético, Mijaíl Gorbachov.

¿La contrapartida? Años más tarde se supo que el precio pagado por el Kremlin fue la atomización de la URSS, la precipitada desaparición del llamado “campo socialista” y la no menos repentina defunción del Pacto de Varsovia, alianza militar que alimentaba los quebraderos de cabeza de los estrategas del Pentágono y de la OTAN.

Curiosamente, la desaparición del mundo bipolar no acabó con el peligro de confrontación nuclear. Más aún: algunos oficiales de Estado Mayor añoran los buenos viejos tiempos del “enemigo conocido”, del contrincante claramente identificado. Hoy en día, los peligros de proliferación no derivan sola y únicamente de los Estados. Los politólogos estadounidenses temen que la escasez de empleos en los laboratorios nucleares de Europa oriental pueden generar situaciones extremas, en la cuales no cabe descartar el posible fichaje de físicos nucleares por potencias de segundo orden y/o de grupúsculos terroristas. Una argumentación que nos recuerda las películas de James Bond, que nos hacían sonreír hace apenas un par de décadas, pero que podría tornarse en auténticas pesadillas si llega a confirmarse la existencia de las mini-bombas (mininukes) atómicas que tanto preocupan al Secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld.

La revisión del TNP empieza, pues, con malos augurios. No hay que olvidar que actualmente Washington no sólo se opone a la prohibición total de los ensayos nucleares, sino que coquetea con la idea de utilizar las armas atómicas contra países que no disponen de la tecnología nuclear.

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El autor es escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París).

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