El desempleo tecnológico

El desempleo tecnológico

José Luis Alemán S.J.
En 1936 Keynes impresionado por la tragedia del desempleo masivo que afligía a los países más industrializados de la época escribió su célebre Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero en búsqueda de la causa del desempleo y de sus remedios teóricos. La teoría económica dominante hoy con una constancia contrafactual de la que hay pocos casos en la historia de las ciencias había mantenido y generalmente mantiene hoy en día que la situación normal de la economía es una de desempleo  “natural” (inferior al 3 ó al  5%) y que, si éste supera estos valores, se debe al incumplimiento de leyes económicas que, sorprendentemente, se curan por la renuncia a intervenir en la economía.

Un talento tan sincero, original y potente como Keynes, de él dijo Bertrand Russell que su trato provocaba la sensación de inferioridad intelectual, no podía contentarse con tanta falta de teoría. Dado que en Inglaterra existía un exceso de capital físico ocioso, que la tecnología cambiaba poco a corto plazo, que las instituciones económicas eran sólidas, que la mano de obra sin empleo estaba bien educada y quería trabajar y que el fantasma maltusiano de una población en crecimiento exponencial  no era sostenible ni explicaba nada a corto plazo, elaboró una teoría general del empleo basada en la falta de demanda, sea del público sea del Estado.

La tesis keynesiana es todavía practicada por todos los políticos en todos los países antes de nuevas elecciones. Sin embargo, en   países en desarrollo en los cuales no se dan los supuestos enumerados por Keynes en el capítulo 18, esta teoría resulta indefendible porque o falta el capital requerido para la producción de bienes demandados, o la mano de obra no está educada ni  preparada para los procesos tecnológicos innovativos impuestos por la globalización, o las instituciones que debieran pautar conductas económicas previsibles son débiles, o el aumento de la población en edad laboral supera, por causas demográficas, la oferta de empleo, etc.

Sin sólidas teorías de desarrollo que tengan en cuenta estos limitantes las políticas orientadas a incrementarlo por mayor demanda pública parecen en el mejor de los casos inflacionarias y de efecto mínimo. En Francia, por ejemplo, el desempleo especialmente de los jóvenes alcanza niveles superiores al 20%. Las manifestaciones públicas que la sacuden actualmente estimula a los economistas, sin mucho entusiasmo a decir verdad, a tratar de identificar los factores que inciden en el desempleo.

Analicemos uno de esos factores: la tecnología.

Tecnología y desempleo en David Ricardo y Carlos Marx

Ricardo procedía de una  familia de judíos portugueses exiliada a Holanda y de allí emigrada a Inglaterra. Economista autodidacta, financiero exitoso, mente profunda  y prosa trabajosa contribuyó, tal vez el que más, a profundizar la teoría económica adamsmithiana con sus aportes al libre comercio internacional, la deuda pública (el  “efecto Ricardo”) y políticas monetarias. Crecido en una sociedad en la que la política económica era proteccionista y la economía se asfixiaba por regulaciones  que la revolución industrial había vuelto obsoletas, fue campeón de lo que hoy llamaríamos liberalismo defensor de la máxima libertad de los agentes económicos. Por eso en el fondo de su alma creyó aunque no lo había defendido públicamente que las quejas de los obreros contra los efectos nocivos sobre el empleo de una “maquinaria” (“tecnología” en el lenguaje moderno) introducida libremente por inversionistas, eran infundados pues los desplazados por ella encontrarían trabajo en otras actividades.

Ricardo tendría creencias económicas  liberales pero hasta sus adversarios reconocían su honradez científica. En gesto infrecuente entre  autores notables hizo pública su antigua opinión sobre la “maquinaria” para aceptar luego que la opinión de los obreros tenía mucho de verdad o al menos de probabilidad. Su argumentación merece todavía ser conocida.

 Los pasos del análisis (c. XXXI de la 3ra. edición de sus Principios) son los siguientes: a) la nueva maquinaria permite producir más cantidad de bienes a menor costo y con menos empleo aunque con mayores ganancias para quienes invirtieron en ella; b) como consecuencia del aumento de ganancias en esos sectores el capital se dirigirá preferentemente a ellos y no a otros sectores; c) los desempleados por la tecnología pueden, pero no siempre, encontrar nuevo trabajo si las ganancias son invertidas no sólo en la ampliación del sector favorecido por una mayor demanda de sus productos sino también en la compra de servicios reservados antes a los pudientes. No  se da  igualdad automática entre oferta y demanda de empleo.

La lógica de Ricardo implica la posibilidad de que el PIB sea menor por disminución de inversiones en otros sectores no tecnificados, y de que la “opinión de las clases trabajadoras sobre el efecto contrario al empleo del uso de maquinaria” pueda ser correcta por no descansar sólo en la defensa a corto plazo de sus intereses sino por estar de acuerdo con los “sanos” principios de la economía.

El desempleo  tecnológico no puede ni probarse ni negarse en base a principios lógicos necesarios; se trata de un  problema de hechos insoluble por argumentos lógicos a priori de la realidad.

La historia, los hechos, parecen sugerir que algunas inversiones epocales como el automóvil tuvo un gran efecto neto positivo sobre el empleo por las inversiones complementarias de sus suministradores (acero, neumáticos, motores, petroindustrias…)  o por favorecer un cambio radical del consumo resultado de una nueva forma de vida (construcciones de viviendas en suburbios,  carreteras,  turismo, hoteles, restaurantes, estaciones de gasolina etc. que demandaban mucho empleo), aunque otras innovaciones tecnológicas pudieron disminuirlo.

 La revolución de la electrónica y de comunicaciones, por ejemplo, ha contribuido, al generalizarse su uso,  a disminuir costos y empleo en casi todas las industrias y servicios sin llegar a crear un flujo de empleo compensador en una nueva “way of life” (bienes nómadas: celulares, video y audio electrónicos, computadoras portátiles…) con una demanda colectiva   relativa al ingreso no tan alta.

Marx dependió mucho y confesadamente de la teoría ricardiana del valor natural a largo plazo de los bienes basada en el costo de producción y muy particularmente del tiempo de trabajo empleado en su producción, pero la usó para mostrar la tendencia explotadora del capitalismo. También él concedió importancia fundamental a la tecnología que exigía  mediante un cambio en la “composición orgánica de capital” a favor del capital fijo y en desmedro del capital humano, primero el aumento de capital de las empresas y más tarde la eliminación de las pequeñas por las mayores lo que equivalía al incremento de un creciente ejército industrial de desempleados, reserva de eventuales y pasajeras variaciones  provocadas por el comercio exterior o por ráfagas innovadoras de los burgueses (resulta fascinante el elogio de la Burguesía en el Manifiesto).

Ricardo, Marx y Keynes por caminos diferentes tomaron en serio las tendencias desequilibrantes de la oferta y demanda de empleo y buscaron su explicación rechazando toda teoría económica  que niegue el  “desempleo involuntario” o que lo atribuya al efecto de “malas prácticas políticas” y defienda que a mediano plazo el mercado se bastará para   eliminarlo. Ojalá fuese real tanta belleza que parece  disfrutar con ignorar la presión que tanto los inversores como los desempleados ejercen sobre el Estado en tiempos de desempleo para que éste actúe sea mediante rebajas impositivas o reducción de regulaciones (los empresarios), sea mediante creación de empleo útil en obras de importancia social como casas y carreteras (los desempleados).

Dejemos la teoría. Aceptemos los hechos: el desempleo en países altamente desarrollados como Europa Occidental es una realidad que la política no puede ignorar so pena de poner en juego la estabilidad del Estado. Veamos dos modos de enfrentarlo:  real uno-el de los antiguos países soviéticos- y teórico otro, el diseñado por Walter Eucken, probablemente el padre de la economía de mercado centroeuropea.

Políticas contra el desempleo

De lado quedan  políticas cortoplacistas e inmediatistas pro empleo. Centrémonos mejor   en políticas globales que sí toman en serio la tendencia al desempleo involuntario proahijada por la tecnología.

a) El caso soviético, aunque jamás lo hubieran aceptado sus economistas, cuadra dentro de la teoría keynesiana de la debilidad de la demanda de los consumidores para garantizar el pleno empleo y, por eso, de la eventual necesidad de una demanda del Estado. De hecho el Estado era garante de empleo y de  educación y seguridad social gratuita para el pueblo. Gratuidad no significa que no costasen la educación o la salud recursos escasos sino que los beneficiados no tenían  que pagar directamente por ellos.

A quince años de la descontinuación del modelo hay que saber aceptar y aprender del pasado. Los  costos económicos de la solución soviética al desempleo fueron altos, sobre todo un ingente  daño ecológico que permitió sin posibilidad de crítica,  la pérdida de libertad y responsabilidad económica de los consumidores y eventuales inversores,  un notable grado de despilfarro de bienes y recursos producidos pero no demandados y de potenciales demandas no satisfechas.

Los beneficios percibidos antes e inexistentes ahora se documentan fácilmente   en la todavía presente nostalgia de la seguridad de empleo y servicios básicos en Rusia, nostalgia que posiblemente desaparezca al ir muriendo las generaciones que las disfrutaron, y en la catástrofe emigratoria más actual  de millones de ciudadanos de Ucrania que partieron en busca de empleo e ingresos a España, Portugal y Alemania. La misma durabilidad, aunque forzada, de remanentes del sistema político en Bielorrusia, paradójicamente la Rusia Blanca que enfrentó a la Roja en 1919, habla de esa nostalgia.

Esta evaluación mixta de la demanda estatal soviética, sin duda llevada a extremos innecesarios, no prueba que la solución de mercados sea óptima. No pocas veces el Estado es sustituido por grandes corporaciones que imponen “necesidades” a la población,  los servicios de calidad de educación y salud vuelven a depender del ingreso de las personas y pocos disfrutan de la  libertad empresarial. Tal vez gozan esa libertad sólo los creyentes en el superhombre de Nietzche que desafían impávidos la dureza de la vida capitalista sin recurrir a mitos y creencias analgésicas de tiempos pasados. Esto vale para quienes osaron abandonar la seguridad del sistema. Nosotros, los que no lo conocimos, probablemente seamos infrahombres satisfechos con nuestra rutina cultural y económica.

b) Walter Eucken y sus compañeros de reformas estructurales de la Alemania de la segunda postguerra, Ludwig Erhard entre ellos, diseñaron una política que salvase la libertad empresarial sin abandonar la seguridad social de salud, pensión y empleo, la libertad de opinión y de prensa, la libertad de elegir y remover electoralmente a sus gobernantes y la de participar activamente en la supervisión y  administración de las empresas. La economía de mercado, hoy característica de la Unión Europea, es mejor conocida y también ampliamente criticada en este lado del Atlántico por falta de “flexibilidad” y exceso de regulación en los mercados, laborales sobre todo y gerenciales, que, además no pueden competir en  empleo con los Estados Unidos.

Lo que interesa hoy, sin embargo es algo distinto que no fue implementado en la institucionalización de la economía de mercado: el intento, totalmente conforme con la libertad empresarial de frenar el ritmo de adelanto tecnológico, factor importante de desempleo involuntario.

La idea de Eucken se deja resumir de esta manera: a) los accionistas de las compañías por acciones tienen el derecho a la totalidad de las ganancias de las empresas. Obviamente la empresa necesita una especie de “encaje legal” máximo contra riesgos, pero respetando a ese fin un porciento máximo del capital  (digamos un 10%), dada la pluralidad de accionistas y la posibilidad de eliminar las preferencias de los accionistas mediante  un voto mayoritario, la ley debe obligar a repartir la totalidad de los ingresos netos del pago de impuestos entre todos sus accionistas. Quienes lo deseen pueden suscribir nuevamente acciones de la empresa;

b)    Las empresas por acciones pueden jurídicamente endeudarse mediante la emisión de bonos o la contratación de préstamos a largo plazo para desarrollar investigación y desarrollo de sus proyectos. Las posibilidades de financiación de esa actividad por capital de riesgo prácticamente no existirán;

c)  Es poco creíble que el ineludible riesgo de toda investigación de envergadura permita que la I&D (investigación y desarrollo) crezcan al mismo ritmo que hasta ahora. Sólo proyectos muy promisorios de investigación tienen probabilidades de financiarse en compañías por acciones;

d)  Eucken no prevée modificaciones en la estructura financiera de sociedades de personas o de responsabilidad limitada.

Esa es precisamente la lógica de la propuesta de Eucken: frenar el ritmo de innovaciones tecnológicas salvaguardando un mejor derecho de propiedad de los accionistas al fruto de su inversión. Los fanáticos del desarrollo al máximo ritmo posible no estarán de acuerdo a su propuesta. Tampoco la apoyarán los responsables del actual mundo de las finanzas. Por eso fracasó la propuesta de Eucken, defensor de un liberalismo socialmente responsable.

Es verdad que lo pasado pasado está y que no percibimos mejores oportunidades para implementar sus propuestas. Ciertamente la estructura misma de la compañía por acciones, como institución permanente, quedaría seriamente cuestionada. Tampoco es posible negar que esa misma estructura, abusiva contra los intereses de las minorías, ha mostrado su utilidad social cuando ésta se mide por su eficiencia en favorecer grandes inversiones. Lo importante quizás no sea la propuesta sino su potencial para iluminar la problemática del desempleo involuntario causado o reforzado por innovaciones tecnológicas. 

Conclusion

Ricardo, hombre de negocios convertido un tanto tardíamente en político y economista disfrutaba del don del realismo económico. Conviene leer sus objeciones contra los intentos de prohibir la introducción de la máquina en el proceso económico: 

“Nunca debe el Estado desincentivar el empleo de maquinaria, porque si no se permite en el país un mayor rendimiento del capital, este  irá fuera, lo que constituye una mucho mayor amenaza al empleo que la generalización de la maquinaria… Invertir el capital en maquinaria disminuirá el empleo, pero exportar el capital significa lo mismo que aniquilarlo (porque) los bienes producidos a menor costo  por él en el exterior serán más baratos que los producidos nacionalmente”.

Moraleja: o todos los países aceptan prácticas restrictivas de la tecnología o es mejor que cada país la promueva. Problema de la interdependencia. La tecnología, probablemente, seguirá incrementando el desempleo involuntario.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas