El desgarramiento de las vestiduras

El desgarramiento de las vestiduras

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
El infame espectáculo del ataúd de un delincuente asesinado en Capotillo, envuelto con nuestra bandera, plantea a las claras la profunda crisis moral y cívica que arropa a los dominicanos a todos los niveles, cuando el hecho fue permitido que ocurriera, y luego hemos pasado los días desgarrándonos las vestiduras por tan ultrajante acción. Y es que no quedan pocas fibras patrióticas heridas por tal acción, debido al derrumbe moral que nos afecta desde hace décadas.

El sepelio, escoltado por la policía, que se mantuvo indiferente y permitió que se utilizara la bandera para tales fines, irrespetando la autoridad de esa policía, dio muestras de que ignoran lo que significa ese símbolo para los dominicanos. Eso es una muestra clara de que el nivel de degradación de la sociedad esté llegando a un punto peligroso. Y es que el colapso del país está cercano para dejarnos a todos en banda, como ocurre en Haití, y así, la isla, se convulsionaría y se convertiría en una hoguera bajo el imperio de los delincuentes, tal como ocurre en su parte occidental. Aquí, la indiferencia y la politiquería populista, permite esas afrentas en contra de la bandera.

Pero el hecho no es acusar a esos antisociales, que bebían y disparaban sus pistolas en frente de los policías y éstos no hacían valer la ley, sino que es un caso que afecta al país a todos sus niveles, desde los más encumbrados y mejores preparados, hasta los que protagonizaron el hecho de mancillar nuestra bandera.

La sociedad ha venido desgarrándose sus vestiduras, ignorando que más personas quieren trepar a niveles económicos de poder y utilizar todos los métodos para lograrlo. No importa como alcanzan sus fortunas, ya sea en base a evasiones de impuestos, contrabando de mercancías, levado de dinero y en negocios ilícitos del narcotráfico en donde las autoridades norteamericanas cada vez hablan más fuerte y advierten acerca de las cancelaciones de visas a quienes se les sospecha de sus lazos con el narcotráfico, convirtiendo la isla en un paraíso par las drogas.

El hecho de ver el notable desarrollo del país en sus edificaciones, permite pensar que ha ocurrido un ejercicio del lavado de dinero. Muchas de esas torres, que adornan el cielo capitaleño o el de Santiago son los testigos mudos de la procedencia financiera que permitió tal desarrollo y permitió el despegue del país en otros renglones. O sea, que si a los más altos niveles sociales se ven a los afortunados exhibiendo sus riquezas de dudoso origen, convertidos en los caballeros de la sociedad en los salones y campos de golf, ¿qué se espera de los que viven y luchan en la mugre que sueñan con imitar a los que ven en las páginas sociales, teniendo una vía para lograrlo que es en base a la delincuencia?

Así mismo, la forma de como casi todos los políticos han desprestigiado su actividad, utilizándola para enriquecerse, en base a un asalto al erario público, obliga a que los sectores pobres de más bajo ingreso encuentren en el manejo de las drogas, su canal para sacudirse de la pobreza, ayudar a sus familias y hasta ser los benefactores de sus barrios, en donde son reyes y queridos, como ha ocurrido en poblaciones del país que hasta piden que un señalado narcotraficante sea liberado, y eso por el dinero que a raudales corría por todos los estamentos de algunas poblaciones sureñas.

Nuestra sociedad está podrida. Ojalá que el uso de la bandera sirva para sacudirnos del «a mi no me importa» y de una falsa creencia de que se podía vivir bien para asegurar un futuro civilizado. Este parece que ya no existe, cuando la violencia rebasa sus límites naturales de los barrios marginados y amenaza a los acomodados. No se quiere admitir que también en esos sectores hay actos delincuenciales muchos peores, ya que son los que han empobrecido al país como fue el descalabro de tres bancos, en que los políticos buscan por todos los medios que la justicia no llegue hasta el fin del proceso para no manchar a los sectores comprometidos en la fechoría bancaria, muchos de los cuales todavía son considerados como muy honestos.

No es la primera vez, que cuando un delincuente muere asesinado, es enterrado con la bandera, acompañado de tiros, música, tabaco y ron. Esto se considera como una rebeldía de esas clases desposeídas. Es una protesta en contra de una sociedad que le ha negado de todo, debido a que nada les llega de los recursos sociales de los gobiernos, porque han sido dilapidados por la voracidad y mala fe de los políticos, que desde hace años son los escollos para que el sistema educativo no sea moderno y eficiente en los sectores más pobres, que ahora son el caldo de cultivo para la anarquía.

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