El desinterés de los españoles en la Guerra de Restauración

El desinterés de los españoles en la Guerra de Restauración

POR ÁNGELA PEÑA
A pesar de que para los dominicanos la guerra de la Restauración fue el hecho que reafirmó su identidad después de proclamada la Independencia, pese a toda la sangre derramada, al cúmulo de enfrentamientos, a los mártires caídos y al sinnúmero de próceres y héroes que se impusieron con arrojo a la tutela peninsular, para los españoles ese trascendente acontecimiento que en el país ha sido motivo de infinidad de estudios, publicaciones y ponderaciones, es en la actualidad prácticamente desconocido.

«En las grandes síntesis de Historia contemporánea la cuestión aparece apenas esbozada, en los escasos libros publicados sobre la política exterior española del siglo XIX, el caso dominicano se integra como un ejemplo, y no el más notorio, de las acciones de prestigio que los gobiernos españoles llevaron a cabo en el exterior desde 1856 bajo el paraguas teórico de la cuádruple Alianza concertada en 1834 con Francia, Gran Bretaña y Portugal…».

Eduardo González Calleja y Antonio Fontecha Pedraza hacen la consideración en el libro «Una cuestión de honor: La polémica sobre la anexión de Santo Domingo vista desde España (1861-1865) puesto a circular por la Fundación García Arévalo.

Es una obra voluminosa, rica en documentación de archivos españoles hasta ahora desconocida por la historiografía criolla, apoyada con la extensa bibliografía que a través de los años escribieron investigadores nativos. Es reveladora la apreciable cantidad de ilustraciones que contiene sobre figuras de ambas naciones que fueron protagonistas en aquellas negociaciones, a favor o en contra de la reincorporación o del posterior abandono por parte de la «Madre Patria» de la parte oriental de la isla tras dos años de insurrecciones, represión, disputas políticas, asaltos a cuarteles, irrupciones fronterizas, denuncias periodísticas, resistencias, fusilamientos.

Dicen los reputados autores que «tampoco ha merecido un puesto preferente en las obras que se dedican a indagar las relaciones entre España y las nuevas repúblicas hispanoamericanas, y el interés suscitado entre los especialistas españoles de la historia colonial sólo se ha traducido en un puñado de meritorias monografías, entre las que destacan las recientes de Guerrero Cano y Robles Muñoz».

Nada, agregan, «comparado con los ríos de tinta vertidos por ambos bandos en el transcurso del conflicto, o con la atención extrema con que la historiografía dominicana ha tratado hasta los detalles más nimios de su segunda gran guerra de emancipación».

El libro trae como introducción una interesante presentación de Manuel García Arévalo, que es prácticamente una sintetizada historia de la Guerra de la Restauración.

El libro no sólo es atractivo por la originalidad de la documentación inédita que revela sino también por la exquisita calidad de la impresión y las fotografías y grabados, nuevos para los dominicanos, procedentes de museos, galerías, colecciones privadas, prensa española y americana, el Palacio del Senado de Madrid, entre otras instituciones. Una imponente «Jura del Gobernador de Santo Domingo» en la que aparecen Francisco Serrano, Pedro Santana y otras personalidades de la época, es la preciosa portada a todo color, en un óleo de Francisco Cisneros que se conserva en el Museo de la Rioja, en Logroño, España. Refleja el momento en que el llamado «Marqués de las Carreras» toma juramento como capitán general y gobernador en el antiguo Palacio Nacional de Santo Domingo.

Además de reproducir antiguos lugares del Santo Domingo de esos años, como la Puerta de San Diego, los cuarteles de «La Fuerza», las Ruinas de la Casa de Diego Colón, la Torre del Vigía o del Homenaje, la Catedral, la Casa de la Legación de España antes de la anexión, entre otros, muestra poses, de frente, cuerpo entero, perfil o de fisonomía completa de un representativo número de actores que fungieron como ministros, militares, oficiales, capitanes, diplomáticos, firmantes de tratados, gobernadores, políticos, progresistas, opositores, durante la Anexión. Las fotos de Santana son impresionantes.

PANORAMA COMPLETO

Eduardo González Calleja, doctor en historia contemporánea de la Universidad Complutense, Científico Titular de Historia de Humanidades, es profesor asociado de la Universidad Carlos III, de Madrid, entre otros cargos. Antonio Fontecha Pedraza, es licenciado en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense, fue Profesor de Educación Secundaria y ha sido Jefe de estudios del Instituto de Enseñanza Secundaria de Coslada, Madrid. González Calleja viajó a la República Dominicana para la presentación de «Una cuestión de honor: La polémica sobre la anexión de Santo Domingo vista desde España (1861-1865)».

Desde la introducción hasta sus conclusiones, anexos y fuentes bibliográficas, el volumen recrea un panorama casi completo de lo que fue la anexión. Para ellos, el hecho «resulta de gran trascendencia, si se entiende como el punto álgido de un intento de actualización del sentimiento nacional, demasiado vinculado hasta entonces a valores premodernos, como el catolicismo o la monarquía tradicional». Consideran, en otro orden, que la guerra de la Restauración abrió el camino al moderno nacionalismo dominicano, emancipado tanto de la antigua metrópoli como de la histórica vinculación con el vecino haitiano.

Inician con la desestabilizaron política imperante en la República desde 1843 hasta 1856 y se adentran en los precedentes diplomáticos de la anexión, los debates en torno a la reincorporación, los argumentos y justificaciones de la prensa, las consecuencias del hecho en Hispanoamericana, las repercusiones económicas y sociales, las reformas administrativas, las reacciones de las cortes españolas, las insurrecciones y sus secuelas, el estallido de la prensa de oposición, la intolerancia religiosa, la actuación política y militar del gobierno español hasta la salida de Santo Domingo por las tropas españolas.

«El papel de conquistador jugado por España desde el momento de la anexión desagradó a la prensa de oposición desde el primer momento. A partir de 1865 se adhirió a este sentimiento la prensa moderada, que argumentaba que el conflicto dominicano no era una simple insurrección colonial que se debía reprimir, sino un levantamiento popular contra una verdadera invasión de soberanía», señalan.

Concluyen Eduardo González Calleja y Antonio Fontecha Pedraza que «la historia de las expediciones españolas de prestigio de los años sesenta del siglo XIX resulta decepcionante, y en su conjunto, negativa». En este contexto, aducen citando a Gándara y Navarro que «es preciso distinguir entre la política de engrandecimiento, que persigue el logro de las aspiraciones nacionales más altas con firmeza y prudencia, y la política de aventuras estériles y desastrosas, que animada exclusiva o principalmente por el interés de partido, sólo procuran al país, descalabros y sufrimientos».

Aprovechando la presencia de González Calleja en el país se le preguntó en torno al título del libro: –¿Por qué Una cuestión de honor?–. A lo que respondió: «En el momento supremo de la guerra de Restauración, a la hora de sopesar los pros y los contras de mantenerse en Santo Domingo, tanto el gobierno español como el Parlamento argumentaron de forma preferente cuestiones vinculadas al honor nacional, antes que asuntos de orden político, militar o estratégico. Se trataba, en suma, de abandonar la isla o mantenerse el tiempo necesario para salvaguardar el prestigio nacional en el concierto de potencias de la época, dado que en el momento de reactivación de la imagen internacional de España por el período de crisis del primer tercio de siglo (guerra contra los franceses de 1808-1814, guerra civil carlista de 1833-1840), la obsesión de los gobiernos de Isabel II era mantener una imagen positiva de cara al exterior, en consonancia con la estabilización política y económica lograda por el país a mediados del Siglo XIX».

Agregó que, «en cierto modo, la euforia inicial que produjo en España el proceso de anexión dejó paso a una fuerte frustración, que generó ese sentimiento de orgullo herido que, en el momento supremo de la guerra y el abandono de Santo Domingo, fue el argumento principal del debate político: el honor de hacer frente a los compromisos adquiridos y de no dejar la isla tras una derrota militar que pusiera en duda el poder de España en el Caribe, donde aún poseía los importantes territorios de Cuba y Puerto Rico, cuya integridad territorial era la verdadera obsesión del gobierno metropolitano».

–¿Volvería a escribir otra vez sobre historia dominicana?– «Sí, sin duda alguna. El interés de los historiadores dominicanos por las relaciones con España, expresado en mis reuniones en la Academia de la Historia y la Fundación Global, plantea la posibilidad de abrir un campo de estudio muy prometedor, más teniendo en cuenta la cercanía que, en varios períodos históricos, han mantenido ambos países».

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