El desorden generalizado propicia pesimismo

El desorden generalizado propicia pesimismo

No importa en qué nivel social o económico estén ubicados; si pertenecen a las filas del gobierno  o  de la oposición; si son  independientes o simplemente espectadores, pero para no decir  todo el mundo, por lo menos una mayoría importante de los dominicanos están atravesando por una situación de preocupación extrema por los acontecimientos que están ocurriendo en todos los aspectos.

El país luce al garete. Todo parece un desorden. Las informaciones que se conocen a diario en todos los aspectos y en todos los lugares vienen cargadas de denuncias que además de indignación, producen vergüenza, pena, rabia y hasta la sensación de impotencia en buscarle soluciones.

Todo lo que ocurre en el gobierno y las áreas oficiales gira en torno a desastres, corrupción, vejámenes, nombramientos de botellas,  uso inadecuado de fondos públicos, droga, lavado, epidemias, shows en la justicia, intentos de reelección, todo en medio de desempleo, encarecimiento de la vida, inseguridad  y apagones, pero gastando cientos de millones tratando de acomodar y adocenar plumas y voces que han decidido hacer de sus profesiones instrumentos de labranzas  al servicio del mejor postor, que casi siempre resulta el poder.

Actos de inescrupulosidad denunciados en diferentes dependencias gubernamentales como descentralizadas son de tal envergadura,  que en cualquier otro país del mundo ya se habrían llevado a cabo acciones  que hubiesen puesto a temblar no solo a las principales figuras,  sino incluso a todos los que conforman los cuadros de dirección de los mismos.

Pero no solo se trata de actos de corrupción directa por alteración de contratos, sobre valuación, nóminas falsas, pagos indebidos, etc.,  sino de  acciones que tienen que ver con la ética pública, como por ejemplo de funcionarios que realizan actividades privadas a otras dependencias oficiales que reciben como pago cuantiosas sumas de dinero, lo que además de antiético, constituyen  graves  conflictos de intereses,  y nada ocurre. El país se está saturando de acciones indelicadas a tal extremo que en poco tiempo nada causará sorpresa.

La mayoría de las cosas se callan o simplemente se le aplica la filosofía del dejar hacer y dejar pasar, dándoles a los ciudadanos, especialmente a las nuevas generaciones la triste enseñanza de que desde el poder o con él, todo se puede. La única formalidad que se  exige es la de que lleve el sello oficial o que cuente con la anuencia del poder y de los que de alguna forma coadyuvaron a que el gobierno pudiera ganar o lograra una mayoría en el Congreso. En la mayoría de los sectores sociales, culturales, religiosos, económicos, deportivos, lo que se escucha  son lamentos plagados de  desaliento, en el sentido que aquí todo está perdido y sin muchas esperanzas de que se arregle, por lo que entiendo que ese pesimismo podría convertirse en  peligroso.

Pero a quienes más debería preocuparle ese pesimismo es al propio gobierno y a la cúpula de poder que se beneficia, como advertir a los dirigentes políticos.

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