El desorden le pasa factura a la democracia

El desorden le pasa factura a la democracia

No hay nada ingenuo en la lucha por el poder. No hay nada fácil, predeterminado, ni profundamente bondadoso al construir mayorías, que además, por definición, están en un constante cambio. La democracia es un instrumento falible, lleno de obstáculos, que proporciona la oportunidad de resolver los conflictos por la vía pacífica; y el único que puede regenerarse a sí mismo. Si el instrumento fundamental de la democracia -el voto- falla, entonces la sociedad habrá tocado fondo y dos caminos se erguirán por delante: o la dictadura o la anarquía.
En República Dominicana, la calidad del voto ha ido deteriorándose por la instrumentalización que han hecho los grupos que luchan por el poder. Aquí no tenemos, si acaso ese fue un argumento, un problema de enfrentamientos ideológicos. En mucho, el problema que vivimos en el actual y tortuoso proceso de conteo de votos se debe a la total ausencia de claridad ideológica; y peor, de falta de claridad en las ideas de los que se suponen son los llamados a proporcionar esa lucidez: los propios políticos.
El transfuguismo para definir posiciones electivas, en absolutamente todos los partidos, debió ser la primera advertencia de lo que resultó como el mayor desastre en la organización de unas elecciones desde los años 1990 y 1994. Se equivocan los que, indignados, creen que esto es un plan macabro para favorecer a alguien. Y también se equivocan aquellos que por defender la legitimidad de sus votos (y en ambos casos toca a todos los contendores de todos los partidos) pretenden obviar la realidad: el proceso fue mal diseñado y terminó siendo un verdadero desastre.
¿Alguien se atrevería a sacar las cuentas de quiénes han sido favorecidos o desfavorecidos? Ese ejercicio sería útil para entender que las aspiraciones individuales, legítimas y constitucionales, que se convirtieron en ambiciones personales e individuales sin límite ni disciplina alguna (ni siquiera mental), son la consecuencia de un proceso mal concebido y peor ejecutado; que tiene poco que ver con la lógica de los partidos. Aquí no ha habido ningún plan para realizar un fraude ni se puede hablar de ilegitimidad generalizada. Y, sin embargo, el proceso ha planteado una muy seria paradoja, ¿cómo dar por válidos los votos en el terreno de las traiciones, las componendas, las ambiciones sin brújula y el conteo defectuoso?
A pesar de la paradoja, el pueblo emitió su voto (instrumentalizado y todo). Sólo nos quedan los marcos institucionales para cruzar este charco de lodo; también nos queda el sentido común. Así, todos los contendores, los que resultaron o resultaran electos, como los que no, debemos hacer un alto. Deponer las malas artes y disponerse, aún con vergüenza ajena por aquel que debió ser la garantía del proceso, a construir futuro; y eso pasa por terminar lo mejor que se pueda este conteo de votos.
Inmediatamente después, hay que pactar el siguiente paso: hacer nuevas y mejores leyes electorales. Una ley de partidos pensada desde el ciudadano y no desde los partidos, nuevas autoridades electorales tanto en la JCE como en el Tribunal Superior Electoral. Dejémonos de juegos, que los que compitieron saben muy bien lo que pasó, y esto ya no es una advertencia. Nuestra sociedad ya tocó fondo. Esto ya llegó demasiado lejos como para no actuar con la responsabilidad que amerita.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas