La Revolución Democrática que nos vendiera el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), ha comenzado a hacer aguas, lo que parece anunciar una grave crisis en el corto plazo.
Sabido es que durante su primera administración, del 1996-2000, Leonel Fernández se empeñó en presentar una imagen de reformador moderado y buen administrador, aunque desde entonces se le vieron bien las uñas y simulación.
Pero desde el 2004, de vuelta al poder, Leonel no perdió tiempo para la ejecución de un plan de eternizarse en el dominio político, para lo cual buscó el control máximo posible de la prensa escrita, radial y televisiva e institucionalizó una cleptocracia, tratando de corromper para luego asaltar todos los órganos de poder del Estado.
La forma escandalosa con que la corporación político-económica PLD ha manejado los recursos del Estado, haciendo millonarios a diestra y siniestra a sus socios a costa de la ciudadanía; el mega déficit público y el paquetazo tributario que se le ha impuesto a la sociedad, producen un efecto demoledor sobre la maquinaria política construida por el partido gobernante, porque trae más miseria y delincuencia.
Como el poder de manipulación mediática de la población ya no rinde más frutos, porque nadie le cree sus reiteradas mentiras; como el poder económico ha quedado restringido por los déficits y no sirve para comprar a millones de ciudadanos desesperados, y los órganos de poder del Estado establecidos no pueden controlar a una sociedad que en todos sus niveles sociales llevan sus protestas a las calles; el gobierno y el PLD parecen que están recurriendo ahora a un último recurso, propio de la lógica del poder autoritario en peligro: lo que Bertrand Rusell denominó el poder desnudo, es decir, la represión utilizando sicarios y agentes policiales desnaturalizados.
Pero eso no hará más que acelerar el proceso de divorcio de la sociedad dominicana con sus capas medias del PLD.
El despertar de la conciencia ciudadana parece ser el preludio de la transformación de la vida pública y de la desaparición de la cleptocracia en que ha derivado el sueño político de Juan Bosch; aunque en realidad, la corrupción mayúscula propiciada por Leonel Fernández no ha sido el resultado como algunos creen, de una degeneración de su régimen, sino por el contrario la espina dorsal o mecanismo por excelencia de cooptación de todo su andamiaje político, que ha convertido a esta nación en un territorio casi inhabitable.
¡Ojalá podamos superar felizmente, sin mayores desgracias, esa calamidad pública que es el peledeismo en el poder!