El destino manifiesto

El destino manifiesto

R. A. FONT BERNARD
Tras la imposición de la Enmienda Platt a Cuba, mediante la cual, la isla quedó en un estado semicolonial, la primera luz del siglo XX, encontró a los Estados Unidos de América, en vías de constituirse, en un árbitro del destino de todos los países latinoamericanos. Su moderna flota de guerra había liquidado en la bahía de Cavite, a los viejos cascarones de la armada española, con lo que enseñoreada en el ámbito del mar Caribe, anudó un nuevo eslabón a su teoría del Destino Manifiesto.

El año 1901 el secretario de Estado John Hay obtuvo la adquiesencia británica, para la abrogación del Tratado Clayton-Bilwer que establecía la apertura de un canal interoceánico, que a través del mismo centro americano, uniría el océano Atlántico con el Pacífico. Nicaragua, por cuyo territorio se consideraba que iba a pasar esa vía acuática, no fue previamente consultada, como no lo sería Panamá, en el momento en que el presidente Theodore Roosevelt “Fabricó un país de la nada, imitando a Jehová el año 1903.

El gran cazador “versificado por Rubén Dario, había sido comisionado de la Policía, y luego gobernador de Nueva York. Y con él, el imperialismo quedó bautizado con el nombre de “big-stik.” Habla quedamente y lleva un buen garrote, -big-stik, y así llegarás muy lejos”.

En diciembre del 1901, Mister Roosevelt dirigió un mensaje al Congreso de su país, en el que se refirió a la Doctrina del destino Manifiesto, un tema ya tradicional en la diplomacia norteamericana. Ese mensaje fue portador de una advertencia para las Repúblicas Latinoamericanas. Los Estados Unidos, no impediría una intromisión extraña, cuando un país del área hubiese violado una ley, o faltado a un compromiso internacional. Fue ésta, desde luego, una declaración intencionadamente vaga, que dejó, como siempre, en las manos de los Estados Unidos, la interpretación de los futuros acontecimientos.

No obstante, en una conferencia leída en la ciudad de Búffalo, el Presidente aseguró a las naciones latinoamericanas que ninguna de ellas podía ser ocupada por una potencia extranjera, si sufría un desembarco militar en sus costas, aun cuando fuese necesario cobrarles compulsivamente las deudas en que hubiesen incurrido. Esa conferencia tuvo dos destinatarios: a las potencias europeas les reiteraba la prohibición de cobrar, auxiliadas por sus flotas de guerra; y a las naciones latinoamericanas, les aseguraba la soberanía, bajo el tutelaje del nuevo imperio.

Con esos antecedentes se presentó en nuestro país, en marzo del 1903, el Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos en Haití, y concurrentemente Encargado de Negocios ante el gobierno dominicano, mister Williams F. Power, constituyendo la avanzada de las presiones que culminaron con la firma de la Convención Domico-Americana del 1907, mediante la cual, nuestro país quedó de hecho sometido a la tutela de los Estados Unidos, similar al impuesto a Cuba por la Enmienda Platt, en el año 1902. Un Tratado calificado por el licenciado Manuel A. Peña Batlle como “una servidumbre internacional”. “La República Dominicana no podrá aumentar su deuda pública, sino mediante un acuerdo previo entre el Gobierno dominicano y los Estados Unidos de América”.

Ya el año 1848 había visitado nuestro país, enviado por el Presidente Polk, el teniente de la Marina David D. Porter, quien elaboró un informe que tituló “Diario de una misión secreta a Santo Domingo”. El texto de ese informe fue publicado recientemente por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos. Posteriormente, ya en el año 1871, recorrió el territorio nacional una Comisión de Investigación, destinada oficialmente a preparar un plan de trabajo, compendiado en los siguientes puntos: Población, su número y condición física; métodos y recursos de vida; religión; cultura; la propiedad rural; opinión acerca de la Anexión a los Estados Unidos; parecer acerca de la unidad política de la isla; grado a lo que llegaba el deseo de Anexión a una potencia extranjera, ante el temor de una nueva dominación haitiana”. Se trataba del propósito anexionista propugnado el Presidente Báez, fallido, no por la intervención del senador Charles Summer, favorable a la independencia nacional, sino porque conforme a las actas senatoriales de la época, al término de la Guerra de Secesión, y con ella el peligro de la expansión de la esclavitud, “la compra de las islas Vírgenes y de la bahía de Samaná, con sus poblaciones predominantemente negras, con el tiempo se convirtiesen en otros Estados sureños, o en sus equivalentes políticos”. El senador Summer era sureño. En el año 1847, a instancias de los Estados Unidos se había proclamado la República de Liberia, cuya capital fue bautizada con el nombre de Monrovia, en honor del Presidente Monroe.

En los años finales del siglo 19, y los iniciales del siglo 20, el espíritu del Destino Manifiesto, dormido durante muchos años, nueva vez recorrió el territorio de los Estados Unidos, con motivo de las reclamaciones formuladas por Inglaterra contra Venezuela, en su disputa fronteriza por la Guayana Británica. Y en la ocasión, el secretario de Estado W. Olmes, le advirtió a Inglaterra, que su nación tenía prácticamente la soberanía sobre el Continente, y que sus determinaciones tenía fuerza de ley en los asuntos a los cuales confiaba su interpretación”.

Esa advertencia quedó posteriormente confirmada, en lo atinente a nuestro país, cuando a partir de los primeros años del pasado siglo, los nombres de Mr. Dawson, Mr. Rusell, los Almirantes Dillinqer y Sisgbee tuvieron un significativo protagonismo, en nuestra historia contemporánea.

Fue la etapa de las claudicaciones y de las abusivas intromiciones en los asuntos internos del país, que culminó con la ocupación del territorio nacional por la Infantería de Marina de los Estados Unidos. La genitora del enigma aún no descifrado, llamado Trujillo.

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