El día de Anita Tejada

El día de Anita Tejada

VIANCO MARTÍNEZ
Hoy es miércoles y el día está muy hermoso. Quiero pedirles a todos mis amigos que le dediquemos este día a Anita Tejada, una mujer excepcional para quien la vida fue un gran baile y la amistad casi una religión. Ella inició el domingo un viaje sin regreso, tras una larga lucha contra una terrible enfermedad.

Hoy quiero llevarle una flor, pero no voy a dejársela en su tumba porque allí puede marchitarse de soledad y morirse de tristeza. Voy a dejársela en el lugar donde las personas viven para siempre: en el recuerdo.

Para mí, Anita Tejada empezó a hacerse eterna el mismo día en que Adalberto de la Rosa y María Scharbay (¿se acuerdan, muchachos?) la pusieron en mi camino. Me la presentaron y a los diez minutos ya parecía que teníamos un siglo y medio conociéndonos.

Anita fue una mujer excepcional. Nunca le hizo daño a nadie, nunca el mundo prescindió de su sonrisa, nunca le negó su mano amiga a nadie.

Para ella, la vida era un baile y no se perdió una pieza. En realidad, ella no vivió la vida; ella la bailó, y lo hizo de la manera especial en que solo sabía hacerlo ella. El cáncer le envenenó el cuerpo, pero nunca pudo con su alma.

Anita vivió cada día con la intensidad de los volcanes. Si había alguien que no estaba preparada para irse, a pesar de los preparativos que había hecho para que la vida a su alrededor prosiguiera su curso después de su partida, esa era Anita Tejeda.

Su lucha final fue una gesta. Me dicen que no cedió un palmo frente al dolor y que se burló de la desdicha manteniendo hasta el último momento su sonrisa.

Estoy escribiéndole este adiós y, sin darme cuenta, me he puesto a llorar por ella, por Anita Tejada, por el recuerdo de aquellos días felices en que Adalberto y María la pusieron en mi puerta y nos fuimos a ejercer el derecho a la esperanza y bailamos con las estrellas y nos embriagamos de cuarto menguante y al cabo de tantos sueños, terminamos rejuvenecidos de amaneceres.

Ahora que se ha ido, yo quiero recordar lo especial que era para todos y lo imprescindible que se nos volvió y volver a las flores que fue sembrando a su paso por la vida para que esta espina que significa su partida nos duela menos de lo que ya nos está doliendo.

Hoy, si ustedes me lo permiten, con el permiso de Juan Bolívar Díaz, que era su jefe y era su amigo, y con el permiso de su familia y de sus compañeros de trabajo en Teleantillas, quiero declarar este hermoso día de octubre que empieza a transcurrir, como el Día de Anita Tejada.

¡Adiós Anita, paz a tus restos!

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