El Día del Maestro

El Día del Maestro

Una tradición que data de los años 1940, consagra el 30 de junio de cada año como Día del Maestro, cuya sagrada misión es formar hombres útiles para la patria y, al mismo tiempo, servir de consejeros y orientadores de la sociedad. Esto es suficiente para otorgar a los apóstoles de la enseñanza el reconocimiento público de las comunidades y las instituciones educativas donde ellos han sembrado la semilla de la educación y la cultura, y han cumplido una lucha por el bien común, tanto de las personas como de los pueblos donde con gran desprendimiento les ha tocado servir.

Ser Maestro es sinónimo de apostolado y sacrificio, pero también de distinción y satisfacción, y los que educan, echando de lado la tesis utilitarista de quienes enseñan solamente por el pago a recibir, se alegran y se enorgullecen cuando en el caminar de la vida se encuentran con niños, jóvenes, adolescentes o adultos que les presentan su respeto y su cariño, porque en algún nivel educativo de su vida fueron sus buenos y sacrificados maestros.

El Maestro es un importante agente de socialización y forjador de generaciones y de todos los niveles educativos forjados, sin embargo, ese componente socializador resurge con estos participantes de la Tercera Edad porque los ayuda a hacerse profesionales más sociales, más comprensibles, más activos y más capacitados para enfrentar las dificultades y las complejidades que presenta la competitiva sociedad de hoy.

Por el sentido humano que representa la labor del Maestro (a) al ser “el hombre o la mujer que consagra su vida a la tarea educativa”, deseo repetir el contenido de la Encíclica de Su Santidad, el Papa Pío IX cuando dice: “Las buenas escuelas son fruto no tanto de las buenas ordenaciones cuando de los buenos maestros (a)”. 

Ante el sacrificio que representa la dedicación al magisterio no hay palabras, ofrendas, ni regalos que puedan compensar su ingente labor educativa y solo la satisfacción del deber cumplido es lo que los enaltece cuando en el camino de la fida encuentran con frecuencia niños, jóvenes o adolescentes que con respeto y cariño descubren o se inclinan reverentes ante su presencia, como señal de tributo de sincero agradecimiento por su apostolado educativo a favor de quienes fueron sus beneficiados alumnos.

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