Ayer celebramos “el Día del Poeta”. La ocasión y procurando hacerles respetuosamente un homenaje, me induce invitar a mis siempre amables lectores a que nos enrosquemos en un romántico “conversatorio”, permitiéndome benévolamente ustedes transcribir varias citas y dilucidaciones que nos impelan a encontrar algo bello en la semántica, liarnos hoy entre preciosas palabras para que nos abstraigamos de la indolente vorágine del diario vivir, de la afanosa y tiránica cotidianidad semanal. Procurarnos hoy domingo un oasis de paz y mansedumbre. Cito a Mario Benedetti en “Testigo de uno mismo”, para que sea él quien nos describa este día: “Domingo, tal vez sería más interesante que la vida fuera un solo domingo de lázaro de ramos o de adviento pero domingo al fin/da lo mismo… ese domingo manantial/ de lustro en lustro donde el descanso no fuera un castigo y el paso de los años sin sus daños nos dejaran con el cerebro limpio, el bien dominical nos asegura una nueva señal y un nuevo ritmo y nos guiamos por las buenas huellas con la razón y el corazón tranquilos, las horas nos regalan la armonía, la armonía construye su equilibrio así hasta que de pronto nos da alcance la muerte/ese domingo sin sentido”. La poética de esos humanos perceptivos, que siendo sabios nos retan a entenderlos pues siempre encontraremos buenas razones para ello, y que enterneciendo nuestros corazones nos brindan un buen motivo para: vivir, cantar, soñar, amar y ser amados, esa es la poesía.
Para definirla, cito al culto amigo Don Bruno Rosario Candelier: “En griego poiesiz (poiesis) significa “creación”, es decir, invención de una nueva realidad similar y distinta de la realidad objetiva que la inspira, ya que el sujeto creador, inmerso en una cultura y prevalido de intuiciones y vivencias, funda la sustancia de la creación en experiencias entrañables, aún cuando la ficción poética tiene autonomía con relación a la realidad sensorial y funda el producto de la fabulación en el fuero ideal de la realidad estética, que es lo que entraña la creación literaria mediante el concurso del lenguaje, la imaginación, la memoria, la intuición y la pasión”.
Permítanme ustedes citar al gran intelectual dominicano, el fraterno José Mármol de su obra la “Defensa de la Poesía”: -El poema, concreto cultural y enunciativo de la poesía, evoca un estado del lenguaje en que se mueven simultáneamente lo sensorial y lo abstracto, la huella o vestigio y el sentido o significado, lo pensado y lo sentido, lo revelado y lo oculto, el fondo y la superficie. De ahí el epígrafe con la metáfora del río. De ahí la certeza del modernista Díaz Mirón, al definir la poseía como “pugna sagrada” resalta de una vez la conjunción de tres de sus elementos consustanciales por excelencia: el pensamiento, el sentimiento y la expresión-.
Como merecido homenaje a los poetas, a esos hombres y mujeres superiores en su día cito este poema que tiene para mí recuerdos imborrables, “Gólgota Rosa” de Fabio Fiallo: “Del cuello de la amada pende un Cristo, joyel en oro de un buril genial, y parece este Cristo en su agonía dichoso de la vida al expirar. Tienen sus dulces ojos moribundos tal expresión de gozo mundanal, que a veces pienso si el genial artista diole a su Cristo alma de don Juan. Hay en la frente inclinación equívoca, curiosidad astuta en el mirar y la intención del labio, si es de angustia, al mismo tiempo es contracción sexual. ¡Oh, pequeño Jesús crucificado!, déjame a mí morir en tu lugar, sobre la tentación de ese calvario hecho en las dos colinas de un rosal. Dame tu puesto, o temes que mi mano con impulso de arranque pasional, la faz te vuelva contra el cielo y cambie la oblicua dirección de tu mirar”. Todos (mejor dicho, casi todos) tenemos versos que llevamos en nuestra memoria, pues cuando la poesía llega, uno siente que el tiempo nos abraza, que podemos cambiar el mundo, que se renueva nuestro alrededor, nos enternece el alma para así amar con más pasión. Es como la lluvia buena que desborda el río y que teniendo él lenguaje propio, solo habrá de entenderse con otro río. La poesía, solo regocija a las encumbradas almas sensibles. ¡Total…! a los que no, qué importan, el rucio no fagocita canutillos. Como expresara frente a una exquisita copa de vino (tal vez con un falerno, el primer vino con denominación de origen del mundo; o quizás con el antecesor del tinto Romanée-Conti, entre los diez más caros del globo), dijo el rey romano Horacio, ¡Odi profanum vulgus! (Odio profundamente lo vulgar).