Julio Cortázar debió haberse divertido mucho escribiendo su cuento “La autopista del Sur”, o al menos, digamos, que fue un desquite bastante bueno luego de haber padecido unos de esos grandes embotellamientos del tránsito un día domingo de verano cuando los vacacionistas regresan a París.
Después de varios días de estar en la autopista, según la narración, se produjeron desde noviazgos y enterramientos, robos, conversiones, hasta verdaderas amistades; todo lo que al escritor se le ocurrió que podía ser una manera de jugar con realidad e imaginación para aliviar la fastidiosa e ingrata sensación de estupidez que cada cual padece luego de pensar todo lo malo posible sobre las autoridades y los funcionarios supuestamente responsables de la estulta pérdida de tiempo y gasto de combustible durante las horas que cada cual aprecia más para hacer sus negocios, buscar los niños al colegio, o llegar a casa para el almuerzo o para descansar.
En todo caso, algo a lo cual todos tenemos derecho, especialmente los dominicanos de clase media muy baja, luego del sacrificio enorme para sacar un carrito de medio uso, para sumarse a la masa de vehículos que amenaza, según los reportes de ventas de las frecuentes ferias de automóviles, con crear un “taponamiento del fin del mundo”.
Me contaba un colega mexicano, que allá se han ido desarrollando nuevos negocios de servicios a gentes atrapadas en las horas pico, o como aquí, cada día más, a cualquier hora. Como está de moda eso de los “i.phone”, (ai fon, se pronuncia), cuando necesita llegar rápido a su destino, usted llama al servicio de “i.boy”, (aí.voy, en mejicano). Al minuto llegan dos jóvenes en una moto, el de atrás se desmonta y le da su casco y su lugar en la moto, y usted le entrega las llaves de su carro y la dirección adónde llevárselo. El negocio es una especie de club al que usted se inscribe, tanto usted como su vehículo están bajo póliza de seguro.
Aquí deberían aparecer esos servicios, no importa que sean de las famosas compañías de seguridad, casi siempre propiedad de un general, y que los muchachos que vayan a auxiliar a uno sean de la misma institución militar o policial. Ojalá, eso sí que no, que no sea un servicio desarrollado por los colmaderos, porque sus “delivery-boys” manejan antojadiza y peligrosamente en vía contraria.
Los colmaderos pueden dar servicios de envío-de-refrigerios-a-tapones, porque coqueros y frío-fríos hacen perder mucho tiempo y empeoran el tráfico. Como se aproxima el fin del mundo, es decir, el fin de año, es de extrema necesidad que los comerciantes y, si las hay, algunas autoridades del tránsito que se compadezcan o, en cualquier caso, candidatos políticos, que ofrezcan remolques, combustible para quedaos, maromeros y chistosos, con uniformes anunciando al próximo síndico; y policías motorizados que obliguen al tigueraje a bajar los fuñidos radios. Convendría que todos leyeran el relato de Cortázar, para ponerle humor y creatividad al desorden. Para que el desastre vial de fin de año nos agarre con mejor ánimo.