El día después

El día después

POR ROBERTO VICTORIA B.
En mi infancia solía escuchar un dicho cuyo sentido vine a descubrir con el pasar de los años. “Del agua mansa líbreme Dios, que de las bravas me libro yo”, decían. Me imagino que viene de esas personas que en apariencia parecen no romper un plato y por debajo, con mucha malicia e hipocresía, rompen la vajilla completa.

El dicho me viene a la memoria cuando oí a uno de los precandidatos del Partido de la Liberación Dominicana que está enfrentado al líder y presidente del partido y de la República, decir que las elecciones del 6 de mayo será una “contienda entre hermanos”. Me parece que este desafío por parte de compañeros de un mismo partido a un Presidente activo con el derecho constitucional de buscar su repostulación, es un hecho sin precedentes en nuestra historia republicana.

Si este precandidato ganara esas elecciones internas, lo cual por fortuna para el país es una imposibilidad, en qué condiciones quedaría su “hermano” el Presidente de la República? Lo primero es que para entrar al Palacio el 7 de mayo tendría que entrar disfrazado, pues estaríamos en presencia de un Presidente amortizado, sin ningún poder de negociación, pues a quién le interesaría negociar con un Presidente que cargaría día a día, minuto a minuto, la humillación de haber sido derrotado por un “hermano” a quien el jefe de Estado, por su nobleza de espíritu y por ser justo con el compañero de añejas luchas partidarias, le entregó casi todo el gobierno.

Y en esos 436 días que le quedarían de gobierno, la soledad del poder a tanto destiempo haría que el infierno de Dante pareciera un club de boy scout. Y como si esto fuera poco, el país resultaría el gran perdidoso, pues tendríamos de nuevo mandando en el 2008 al partido que cada vez que nos gobierna nos empequeñece a todos como nación.

A partir del 7 de mayo, cuando el líder del partido y del país les gane cómodo a quienes les enfrentan, es probable que, producto de tener que lidiar con ingratitudes que duelen hasta más no poder, se produzca un cambio en su forma de gobernar. Seguirá, de seguro, emulando los principios éticos de Bosch pero se acercará más a Balaguer, que tenía una mano más pesada que todo el hierro que se funde en Metaldom y de cómo con sutileza nuestra salamandra la encubría con un guante de seda, como aconsejaba Napoleón.

Seguirá leyendo a Duarte, Marh, Locke, Hobbes, Rousseau, pero andará debajo del brazo con Maquiavelo, Sun Tzu, Talleyrand. Fouché, y con Kautiliya, un pensador hindú, que 400 años antes de J.C. escribió un manual en el arte de gobernar que dice Max Weber que el Príncipe de Maquiavelo en comparación con el Arthasastra es como leer a Caperucita Roja.

Dando vueltas al asunto de este hermano que desafía al otro hermano tirándole duro a la cabeza, como hizo Caín con Abel, traté de encontrar un calificativo adecuado para tan torpe decisión y se me ocurrió tomar prestado uno que usa con mucha frecuencia un columnista salvadoreño, y que es llamar a esta gente snob, pero sólo en su acepción etimológica, o sea yendo al origen de la palabra como es sabido, hace siglos en Inglaterra existía la costumbre de poner, junto al nombre de la persona empadronada, sus jerarquías y dignidades. Y a quienes carecían de ellas, se les colocaba sólo la abreviatura latina s.nob, o sea, sine nobilitate (sin nobleza).

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