El día después

El día después

Ayer fue día de elecciones municipales y congresionales en República Dominicana. Hoy, todavía faltan resultados por conocer. Los que votaron, están celebrando la victoria o lamiéndose las heridas sin aceptar plenamente la derrota.

Los que no votaron siguen tan indiferentes como durante la campaña electoral; sólo ellos sabrán por qué tomaron esa decisión. Ésas dos mitades en que se divide el país, los que depositaron el voto y los que se abstuvieron de hacerlo, están obligadas a hacer una pausa. Unos por el cansancio de tanto trote electorero tratando de comprar votos. Los otros, porque están hastiados de tanto despilfarro en una campaña que de nada servirá para que la nación dominicana se enrrumbe por mejores caminos.

Este es un día postelectoral en el que los que escribimos artículos de opinión en la prensa vamos a recibir poca atención de los lectores. Todas las atenciones están dirigidas ahora hacia quién ganó y quién perdió. Es el momento apropiado para que los articulistas escribamos sobre cuestiones insulsas sin importancia, nuestras tonterías podría decirse, que nadie tomará en cuenta. Total, ¿quién va a hacer caso? Sólo los muy aburridos pondrán la mirada sobre nuestras cuartillas y descubrirán cómo aprovechamos este día que, para colmo, el Presidente de la República lo declaró no laborable.

Tradicionalmente, las autoridades y grupos de poder económico se aprovechan de los días de distracción generalizada para meter de contrabando cierto tipo de publicaciones formales exigidas por las leyes. Confían en que muy pocos se enterarán de ciertos temas delicados que quieren pasar por debajo de la puerta. Mientras, los grupos populares que pudieran protestar están muy ocupados contando votos o haciendo reclamaciones ante las juntas electorales. Como ejemplo de uno de estos contrabandos hay que recordar el último día de un año reciente cuando apareció en la prensa una cuestionada norma acordada por las autoridades gubernamentales y las empresas de telecomunicación.

Éstos se unieron para justificar la intervención de llamadas de aquellos que fueran de interés para alguna de las partes. Ese acuerdo violaba la íntima privacidad de la ciudadanía y establecía las bases para que las empresas privadas de espionaje, que mucho abundan en este país, pudieran esquivar el alcance de las leyes. Se publicó, no hubo protesta alguna y ya nadie puede hablar intimidades por la vía telefónica o la Internet creyendo gozar de privacidad. Para eso también sirven estos días de entretenimiento y distracción política.

Hoy debía ser un día para encerrarse en la casa a reparar o limpiar cuanto artefacto haya quedado pendiente de otras ocasiones. Nada de salir a la calle a deambular sin propósito porque, además del desorden habitual del tránsito callejero y carretero, andan despavoridos los frustrados por la derrota o los que celebran su perpetuación en el poder político. Hay que evitar de cualquier manera un tropiezo accidental que pudiera lanzarnos entre las patas de los caballos partidistas o colocarnos como blanco perfecto de una bala perdida procedente de un “intercambio de disparos” policial, balas que siempre encuentran un objetivo imprevisto. No hay que olvidar que los muertos de campaña electoral no encuentran lugar ni en las necrológicas de los periódicos ni en las estadísticas de las autoridades. Esas pérdidas de vida no se registran sino que pasan al olvido “en bien de la democracia”.

¿Tiene esperanzas algún dominicano de que la situación nacional mejore porque ocupen el Congreso y las municipalidades los desprestigiados militantes de los partidos políticos? Evidentemente, ya no quedan ingenuos que confíen en la desaparición de la dicotomía corrupción-impunidad o se debilite la mutual autoridades-narcotráfico.

Es tiempo de recordar a Mario Benedetti ese gran escritor, al explicar cuánta memoria hay en el olvido. Podemos citar al bardo uruguayo cuando decía: “Te acordás hermano, qué tiempos aquellos cuando sin cortedades, ni temor, ni vergüenza, se podía decir impunemente pueblo. Ahora el requisito indispensable para obtener curules en los viejos partidos y en algunos de los nuevos es no pronunciar pueblo, es no arrimarse al pueblo, no soñar con el pueblo.”

Desde las curules dominicanas el enriquecimiento es súbito y la impunidad es absoluta. Tal como lo diseñó y lo practica el Príncipe desde mucho antes de estas elecciones.

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