EL día después

EL día después

Por fin terminó la campaña electoral. (Cuántos de nosotros estábamos ansiosos porque llegara este momento! La beligerancia predominante entre los simpatizantes de unos y de otros partidos, así como la intolerancia de los poderosos hizo que muchas relaciones quedaran resentidas. Ojalá que las amistades chamuscadas puedan regenerarse pronto porque no se justifica que las relaciones personales se degraden por simple politiquería.

Ha llegado el momento de pasar balance a cuanto ha sucedido en torno a algunos de los protagonistas. Unos han resultado ganadores y otros perdedores en cuanto a las votaciones. Pero eso es lo de menos. La ausencia de diferencias ideológicas entre los principales partidos no permite forjarnos esperanzas de que los problemas fundamentales de la nación puedan ser resueltos en corto plazo. Eso sí, estas elecciones pasarán a constituirse en un antes y un después de lo que es la existencia misma del sistema partidario nacional. Esperemos que las pequeñas cosas recobren su grandeza y la nueva situación nos lleve a mirar con otros ojos a algunos de los protagonistas de la política dominicana.

Perredeístas como Milagros Ortiz Bosch y otros antiguos aspirantes a la Presidencia de la República, golpeados por la dura realidad, se darán cuenta de que sólo tienen una alternativa: o se subordinan a posiciones decorativas o abandonan la política de una vez y por todas. Su inconsistente y errático comportamiento los ha hecho lucir muy por debajo de la esperanza que se depositó en ellos. El cambio permanente de posiciones demostró que sus convicciones andaban volando demasiado bajo. De ahí que las respectivas imágenes políticas hayan sido erosionadas duramente hasta el punto de que su vigencia puede haber llegado al fin del camino. Sin embargo, de esta crisis electoral del PRD ha salido fortalecida la imagen de Hatuey De Camps. Tuviera o no la razón, estuviera la legalidad a su favor o en contra, ese dirigente perredeísta le demostró al resto de su organización de que todavía podían sostenerse posiciones de respeto a la historia. A la luz de la nueva situación que vivirá el Partido Revolucionario Dominicano, uno de los pocos dirigentes que podría asumir el liderazgo para rescatar a esa organización de la desaparición es De Camps. Los demás acaban de perder cualquier derecho a representar esa organización luego del desastre en el que se hicieron cómplices del anacrónico fundamentalismo del presidente Mejía.

En cuanto al Partido Reformista Social Cristiano, puede decirse que su propia existencia dependerá de que algún sector joven asuma el control de esa organización y la dote de algún tipo de pensamiento político. No importa que los planteamientos sean tan reaccionarios como el balaguerismo, lo que el PRSC necesita es algo subjetivo que los una y los guíe en sus aspiraciones de poder. Tanto el desacreditado grupo de La Casa con su candidato Eduardo Estrella como los otros reformistas, renegaron de su futuro político. Sin un Balaguer la escasez de ideas se hizo evidente. Además, la falta de figuras que concitaran la admiración y el respeto de la ciudadanía los dejó en un limbo electoral del cual nunca pudieron salir. Todos los dirigentes tuvieron la oportunidad de demostrar su indigencia política así como evidenciaron su oportunismo. Infructuosamente quisieron manipular la imagen de Balaguer así como demostrar su afán de buscar la dependencia manifiesta del sector actualmente predominante en el PRD o del Partido de la Liberación Dominicana. Reconocieron de más de una manera que, por ellos mismos, no podían lograr nada.

En cuanto a la diáspora partidaria restante, ésta tiene escasas probabilidades de zafarse de su papel de rémora. El hecho de que un sector de la izquierda haya ido hasta la derecha a buscar un candidato presidencial refleja una anorexia política aguda. Para alcanzar la independencia y recuperar una identidad particular, la izquierda tendría que invertir su procedencia y pasar a ser un producto del pueblo antes de reclamar su representación. Por supuesto, esto nunca ha sido practicado y podría resultar imposible en esta generación que se ha atribuido una representatividad ajena. La senectud política parece indetenible.

Esto así, no debían sorprendernos una cuantas conmociones internas en cada organización política conocida, incluso entre los ganadores de las elecciones. Parece que tendrá lugar una limpieza interna hecha con rigor excesivo. Los abundantes fracasos de las dirigencias actuales estarán a mano para evaluar y condenar a quienes pensaron que podían seguir equivocándose de una manera tan brutal. Por eso estamos justo en el momento entre un antes y un después.

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