El día que el diablo pensó en arrepentirse

El día que el diablo pensó en arrepentirse

Rafael Acevedo Pérez

Aunque tenía muchos allegados, esclavos y servidores, no tenía uno solo en quien confiar, siquiera un amigo mediocre. Todos a su alrededor procuraban beneficios, fortuna, fama, y poder; pero nadie de verdadera confianza, por lo cual no tenía solaz ni descanso.

Y hasta los que lo alababan lo hacían con sobradas exageraciones y falacias.

Y hubo una tarde, al declinar el sol (para que suene poético) el personaje de esta narración se sintió solo. Y pensó en que Dios fue el único que lo amó con desinterés, con sincero amor paterno.

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Y luego de unos breves instantes de congoja y pesar, se movió hacia los que eran de su mayor cercanía y les dijo que había pensado visitar a Yahvé y ver si el Señor deseaba darle una oportunidad de regresar a su círculo íntimo, como en el pasado. A lo que sus adláteres, pensando de que se trataba de una trampa, reaccionaron con temor y perturbación, alegando que eso era muy arriesgado y difícil, al tiempo que le advirtieron dos cosas: primero, Dios no le iba a devolver el rango y los honores que él antes de los tiempos disfrutaba, al lado del trono celestial. Y segundo, que no había entre ellos, sus seguidores, quienes tuviesen capacidad ni condiciones ni deseos de relevarlo (aunque Satán sabía que deseos les sobraban a casi todos, y por ello nunca pudo confiar en nadie).

El maligno decidió consultar a los sabios ateos y antiteístas que deambulaban en agrestes cercanas soledades; los cuales le advirtieron, con todo rigor y objetividad científica posible, que esa decisión era inviable debido a que tendría antes que someterse a una purificación y un sacrificio infinitamente más terrible que el del propio hijo de Dios, porque el Cristo solamente padeció el sacrificio correspondiente a los pecados de las almas que habiéndose arrepentido eran candidatos a ser también llamados hijos de Dios.

Y por lo cual, al Señor de los infiernos le tomaría el resto de la eternidad tal sacrificio y arrepentimiento.

Por unos nano segundos, Satán pareció entristecerse, pero lo que pronto se le notó fue un rostro airado, pleno de venganza y odios inconmensurables.

Los sabios, especialmente los materialistas, explicaron que en todo proceso material y en los que ignorantes creyentes llaman espiritual, existe un punto de no retorno; y lo más riesgoso para Lucifer sería que sus siervos, especialmente los más cercanos, se opondrían rotundamente a su renuncia; y hasta intentarían eliminarlo; lo cual, no siendo posible, se dividirían en miles de infiernos, cada cual con sus regímenes y demonios propios.

En cuyo caso, el propio Satán tendría que permanecer escondiéndose en asteroides y hoyos negros, hacia donde escapan muchas almas incapacitadas de convivir con otros espíritus vagantes.

El diablo al fin consintió. Y como muchos humanos conocidos, gentes de relieve y preponderancia, no tienen otra opción que continuar batallando, consigo mismos, y con adversarios y adláteres en el rol que ellos mismos eligieron. Por el devenir de los seres y de los tiempos.

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