Cierto día los habitantes de un planeta llamado tierra amanecieron drogados con las peores adormecedoras y distorsionadoras de conciencias, con una droga llamada poder, llegaron a considerarse dioses omnipotentes y desafiaron los púlpitos terrenales y celestiales, las creencias religiosas y la fe.
Otros drogados con el dinero se declararon rebeldes de las leyes de la naturaleza y del mandato de la deidad, hicieron planes para vivir eternamente, dispusieron almacenes de órganos extraídos a sus congéneres y crearon clones para reemplazar sus órganos en la medida que los suyos colapsaran.
Otra droga peligrosa y que hizo mucho daño fue el afán de lucro mediante el cual explotaron los hábitat: fauna y flora, no se salvaron los ríos, montañas ni mares, el subsuelo ni la atmósfera y cientos de miles de especies, animales y vegetales perecieron.
Con la droga del ateísmo haciendo un ejercicio errado de un bien muy preciado como es la fe y sin pensarlo dos veces desoyeron las prédicas del maestro, convirtiéndose en practicantes del fariseísmo más abyecto y aberrante.
Otros, con la droga del poder militar, sus insignias, rangos y puestos llevaron guerras, desolación, genocidio y saqueo en nombre del bien supremo, sin importar los principios humanos y cristianos que predican el amor y la confraternidad entre los hombres.
He llegado a la conclusión de que las drogas más peligrosas para la humanidad son los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos que derraman la sangre inocente, el corazón que medita negros pensamientos, los pies que se apresuran a correr hacia el mal, los falsos profetas que profieren mentiras y que siembran discordias entre hermanos.