El diablo en nuestro idioma

El diablo en nuestro idioma

El idioma es uno de los elementos más profundamente enraizados en la evolución social y cultural del ser humano. A través del lenguaje pueden irse estudiando con transparencia las más sutiles manifestaciones de los pueblos. Incluido, desde luego, el aspecto religioso, tal vez el más importante y universal en todas las culturas.

Aunque el cristianismo no admite la existencia del bien y del mal dentro de una visión maniqueísta, es decir, como poderes omnímodos de signos contrarios, el pueblo cristiano, al margen de las profundas elucubraciones teológicas, ha polarizado estos dos conceptos antagónicos en el nombre de sus más genuinos representantes: Dios y el diablo.

Con estos dos vocablos se ha formado, a lo largo del proceso evolutivo del idioma, una extensa gama de locuciones, dichos y proverbios, fiel reflejo de una extraña amalgama de creencias y supersticiones.

Diablo es el término con el que más frecuentemente se denomina al espíritu del mal, al ángel caído que, según la fe cristiana, tiene por misión conducir al hombre a su perdición.

El vocablo proviene del griego diábolos, que literalmente significa el que desune o calumnia. Sinónima, aunque más tardía, es la voz demonio, de origen también helénico (daimonion), que equivale a divinidad inferior.

Hasta tal punto el simple nombre del genio del mal fue considerado tabú por muchos creyentes, que pronto se crearon otros términos eufemísticos para sustituirlo. Diantre por diablo, y demontre o demonche por demonio, formaron parte de dichos y exclamaciones populares: ¡Qué diantres!; ¿Dónde demontres estará tal cosa?

Como espíritu del mal, el diablo ha conformado, dentro de la imaginación popular, todo cuanto de feo, nocivo o perverso existe en el mundo. De este modo, algunas plantas y animales han recibido este humillante cognomento; en algunos casos —hay que reconocerlo— con manifiesta injusticia.

Caballo o caballito del diablo. Nombre popular de la libélula (la libélula vaga de una vaga ilusión, que poetizó el gran Rubén), insecto arquíptero con cuatro alas y cuerpo muy delgado. A pesar de su evidente inocuidad, su extraño aspecto produce muchas veces temor. De ahí su infernal apodo.

Peje (o pez) diablo. Llamado también escorpina. Pez de color rojo y fuertes espinas en la aleta dorsal, que producen picaduras muy dolorosas. Su aspecto (ese satánico color púrpura) y peligrosidad le merecieron el nombre.

Pájaro diablo. Ave palmípeda, de pico comprimido y ganchudo en la punta. Su plumaje negro y brillante originó el cognomento.

Pepino del diablo. Planta hortense, variedad del cohombro, de feo aspecto y sabor amargo. Su mote resulta obvio.

Arbol del diablo. Nombre popular del jabillo, de la familia de las euforbiáceas, sumamente alto y frondoso. Sus frutos, al abrirse, producen un extraño ruido. Contiene un jugo lechoso muy deletéreo. Características más que suficientes para justificar el apodo.

La amplia gama de habilidades, vicios y características que, tradicionalmente, las creencias populares han atribuido a Lucifer, se refleja en los múltiples y variados usos del término diablo. Incluso ese deseo cuasiinnato en el ánimo del creyente de contemplar alguna vez al genio del mal derrotado, abatido y humillado, frente al triunfo inevitable del bien, ha creado esa imagen, un tanto paradójica, del demonio tímido, inofensivo, digno de lástima, del pobre diablo, con que denominamos al hombre candoroso, bobalicón o insignificante.

A veces da la impresión de que la idea del espíritu maligno se ha hecho casi obsesiva en la mente del pueblo religioso, hasta el punto de poner el vocablo diablo como elemento de comparación en las situaciones más diversas: Pesa como un diablo; Esto sabe a diablos; Que el diablo lo entienda; ¡Por todos los diablos!, Hicieron un ruido del diablo… Incluso en esas terríficas alucinaciones, el delírium trémens, que un avanzado alcoholismo produce en el cerebro, el pobre enfermo contempla —en el decir de muchas gentes— diablos azules. Tampoco, desde luego, falta el espíritu de tolerancia, de amable condescendencia, de la gente cuando utiliza diminutivos —diablillo, diablejo— aplicables a los autores (generalmente infantiles) de inofensivas travesuras y trastadas.

Es difícil saber por qué en algunos países de la América meridional, cuando quieren referirse a un lugar recóndito y extraviado, se habla de donde el diablo perdió el poncho. (La picardía de las gentes de algunos lugares ha sustituido poncho por otro poco elegante vocablo de resonancias escatológicas…)

Sí, en cambio, se explica fácilmente aquel dicho de el diablo las carga cuando se pide prudencia en el uso de las armas de fuego, aun suponiendo que están descargadas. Y es que el diablo, poderoso, astuto y traicionero, puede depararnos una ingrata sorpresa.

El diablo metido a predicador es una expresión popular que se endilga a los que, llevando una vida poco edificante, se atreven a dar buenos consejos o a criticar la honestidad ajena. Muy similar a la sentencia el diablo repartiendo escapularios.

La rapidez, la velocidad, de algo o de alguien, se ha comparado, tradicionalmente, con diversos elementos: veloz como un rayo, correr como un gamo, rápido como una centella, como un cohete… Pero nunca la fantasía popular, unida a sus manifestaciones religiosas, ha creado nada tan sugestivo y ocurrente como aquel correr como alma que lleva el diablo.

Y quizás pensando en tantos políticos que siguen devotamente las enseñanzas de Maquiavelo, se creó el dicho Poner una vela a Dios y otra al diablo. Muchas veces el vil pragmatismo humano revelará que el fin justifica los medios, que hágase el milagro, hágalo Dios o hágalo el diablo. Y el señor del averno volverá a hacer de las suyas cuando fomenta la intranquilidad de quienes, por no haber tenido hijos, deberían gozar de una vida sosegada y sin sobresaltos; pero Al que Dios no le dio hijos, el diablo le dio sobrinos…

Que nadie se fíe del ángel caído. Su experiencia (Más sabe el diablo por viejo que por diablo) y su falsía son temibles. Que nadie ose, como un nuevo Fausto, pactar con Mefistófeles. Que nadie le ofrezca su fiel amistad porque, a cambio, recibirá mentiras y traición. Pues Así paga el diablo a quien bien le sirve. (Revista Pulso)

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