El Diablo está en los detalles

El Diablo está en los detalles

La vida en este trópico particular tiene ciertos encantos, pero también hay detalles que desquiciarían hasta a un monje budista. Está, por ejemplo, el tránsito.

Yo particularmente estoy hasta la coronilla con la impunidad con la que cientos de motoristas pululan por las calles, violando todas las leyes y encima de ello incordiando a los automovilistas con sus malacrianzas.

Ayer iba por la derecha en un sector residencial y al llegar a una intersección un motociclista de una pizzería casi termina sobre mi bonete, pues pretendía salir de la perpendicular a mi derecha doblando a su izquierda por el escaso trecho entre mi vehículo y la acera, contrario a todo sentido común. ¡Y encima de ello me voceó improperios!

Hay gente que anda por la calle con una tremenda irritación encima, loca por pelear por cualquier pendejadita, como si desahogarse con un extraño fuera a cambiar la causa u origen de su incomodidad.

Los agentes del tránsito, sean de la AMET o policías, ya están tan acostumbrados al olímpico desprecio de los motoristas por la ley y el orden, que en sus propias narices violan la luz roja o peor aún, cuando el policía está dirigiendo el tránsito se les cuelan igualito que cuando se comen la luz de pare.

Andan sin casco, sin placa, sin seguro, muchos con motocicletas en pésimo estado, y el único temor que tienen es caer en alguna redada de las que hace la Policía, no para corregirlos sino para incautarles sus motores que muchas veces son irrecuperables.

Es un sistema alucinante.

El desorden enorme que hay en muchos aspectos de la vida en comunidad de los dominicanos tiene su raíz en el poco caso que las autoridades ponen a aplicar la ley e imponer orden en situaciones como las que crean los motociclistas. 

Así, por “padrefamilismo” se crea una impunidad casi institucionalizada, pues a los ojos de los propios policías los motociclistas no están violando la ley, sino “defendiéndose”. 

El caos que ha resultado de tantos años ignorando el corrosivo efecto social de estos pequeños detalles es hoy tan enorme que urge una acción oficial para meter en cintura a los motociclistas.

Las autoridades deben aterrizar, bajar de la estratosfera y ocuparse de devolverle a los automovilistas el orden imprescindible para un tránsito civilizado y armonioso. Quizás hasta los motociclistas lo agradezcan.

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